Acompaña a Luis Tarullo:
La elección de la «nueva» conducción e impronta de la CGT y la campaña pos-PASO -con acto de cierre de campaña incluido- del Frente de Todos mostraron el duro presente del peronismo, que durante más de 70 se mantuvo inoxidable y supo crear los anticuerpos ante los momentos de debilidad. Parece que en esta ocasión los reflejos son más lentos y los mandobles que recibe son más dolorosos que en el pasado, lo cual como consecuencia inmediata le impiden reponerse de manera rápida y efectiva como supo hacerlo incluso desde la muerte de su líder, Juan Domingo Perón.
En ese panorama es recordado el traspié de 1983 y la recuperación que empezó a mostrar apenas dos años después, con la Renovación Peronista de la mano de Antonio Cafiero, Carlos Menem y Carlos Grosso. Cuando a Cafiero se le fue la mano (blanda) y quiso mantener el peronismo edulcorado, el propio Menem le propinó una dosis de justicialismo clásico enfundado en sus patillas riojanas, aunque después haya adoptado desde la Presidencia una política que en muchos aspectos estaba en las antípodas de la diseñada por Perón. La historia pos-Alianza y en lo que va del siglo XXI es por todos conocida y recordada, pero ahora el peronismo, enmascarado como un integrante más del Frente de Todos, está viviendo una de sus crisis más severas.
Independientemente del resultado de estas elecciones de medio término, en el fondo hay un problema socio-psicológico: identidad. La CGT, eterna reserva ideológica del peronismo clásico, más allá de la valoración y conducta de sus dirigentes, ha demostrado esta vez su histórica capacidad de adaptación a la coyuntura, pero, de la misma manera, como viene ocurriendo al menos desde la etapa del menemismo, no puede superar esa división insalvable en la que fue sumida en esa época.
Todo es permanente negociación para mantener un supuesto equilibrio que tarde o temprano termina quebrándose. Y ahora, con un Gobierno que se debate también en medio de un maremoto ideológico, hay sindicalistas que se atreven a avanzar sobre íconos otrora intocables del Justicialismo, como la normativa laboral. Es cierto que ya ocurrió con Menem, en ocasión de la flexibilidad laboral. Pero ahora algunos osan tocar una «vaca sagrada», como son las indemnizaciones, y admiten discutir un replanteo del régimen de los resarcimientos por despido que, justamente, es una bandera enarbolada por la oposición, incluido el sector que el peronismo sitúa en el «neoliberalismo» que demoniza permanentemente.
Los miembros de la conducción son los mismos, muchos desde casi el retorno de la democracia. La «novedad» es el regreso del «moyanismo», con la ubicación de Pablo Moyano (hijo del mandamás Hugo) como miembro de un triunvirato que completan el blando/moderado Héctor Daer y el semiduro Carlos Acuña, alfil de Luis Barrionuevo, el eterno titiritero, socio político de otro alquimista, el radical Enrique «Coti» Nosiglia, tejedores incansables en los entresijos del poder doméstico de cualquier pelaje y color.
Y en paralelo el FdT, casi a la misma hora, hizo un acto de cierre de campaña que de peronista parece haber tenido solo el sol a pleno en Merlo y algunas frases del intendente de esa ciudad, el vehemente Gustavo Menéndez. Lo demás, ausente sin aviso. Ni la marcha peronista, ni las fotos de Perón y Evita en el escenario. Ni siquiera la gigantografía de Néstor Kirchner. En cambio, las leyendas «Sí» y «Argentina avanza», eslóganes elementales, nueva propuesta «positiva» de los diseñadores de campaña del oficialismo.
Tal vez estén acertados los dirigentes y sus consejeros. Para eso, supuestamente, conocerían más que la sociedad común y corriente. Pero a esta altura de la soirée no hay garantías de ello. Les viene ocurriendo a todos los partidos políticos desde hace rato. Y especialmente es el karma actual del peronismo, que parece estar pasando sin escalas del choripán al yogur descremado.
crédito imagen diario alfil.com.ar
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