No fue una sorpresa para nadie, pero la cuarentena, con todas las excepciones por región y actividad, se va a extender a por lo menos 120 días. Es decir que al menos uno de cada tres días de este año lo pasaremos en esa condición. Y a nadie le puede extrañar que el 17 de julio vuelva a aplicarse una prórroga que lleve el aislamiento incluso a una mayor cantidad de días.
Las razones de la prolongación del aislamiento -o el distanciamiento, según la región del país en la que se resida- ya vienen siendo debidamente fundamentadas y no vamos a analizarlas en este espacio. Lo que intentaremos hacer, simplemente, ese referirnos a un concepto que uno que sabía expresó hace más de un siglo y medio.
“La existencia determina la conciencia”, dijo Carlos Marx en un siglo XIX sin globalizaciones, sin sistemas sanitarios consolidados ni mucho menos aplicaciones de permisos de un transporte público que ni soñaba en aparecer.
Una frase que tiene absoluta vigencia y podría aplicarse, a pesar de todo el tiempo transcurrido, a todos aquellos que toman decisiones en nombre de los demás. No estamos acusando a nadie, es algo totalmente natural en un mundo de más de 7.500 millones de habitantes, en el que la democracia directa es una utopía casi imposible de llevar a la práctica.
Pero ¿qué conciencia de la situación de un comerciante pyme, de un monotributista que se pasa la vida saltando de un laburo a otro como un canguro, de un plomero o albañil que vive de las changas que hace en negro, puede tener un funcionario que toma decisiones desde la comodidad de un escritorio?
O para decirlo de otro modo: ¿qué conciencia puede tener alguien que hace más de un cuarto de siglo se pasó la vida siendo ministro, secretario, diputado, senador, asesor, embajador o miembro del Directorio de una empresa pública, acerca de lo que es tener que levantarse cada mañana sin la menor certeza de cómo ganarse el mango de ese día?
Se les podrá explicar una y mil veces, mostrar el más desgarrador de los testimonios, pero difícilmente el resultado termine siendo que se pongan en el lugar del otro. Qué mejor prueba que los cuatro meses transcurridos.
El presidente Alberto Fernández dijo en su último anuncio de prolongación de la cuarentena que era consciente de la situación económica de la mayoría de la población, pero que, a diferencia de la muerte, de la recesión se puede volver.
De hecho, los antecedentes lo avalan: la Argentina atravesó por muchísimas crisis y en definitiva pudo salir de todas. Pero con un detalle que no se puede pasar por alto: siempre se partió desde un escalón más abajo. El 40% de pobreza no se cocinó en un día.
Y en esta ocasión, algunos tendrán que remontar varios escalones. Pero muchos, directamente quedarán fuera de la escalera.
Para decirlo en números, las consultoras prevén que la caída del PBI este año será de por lo menos el 10% y ya algunas se animan a hablar del 15%. Peor incluso que en el 2002.
Eso significa que a fin de este 2020 cada argentino tendrá menos recursos que hace veinte años. Claro, hay que advertir que se trata de un promedio, y los promedios pueden ser engañosos. Estarán los que no resignaron un centavo de sus ingresos, que seguirán cobrando puntualmente sin ningún inconveniente, y los que perderán mucho más que ese promedio de veinte años.