El tema de los servicios de inteligencia de la Argentina volvió al centro del escenario político con la denuncia por supuesto espionaje del gobierno de Mauricio Macri contra personas de diversos sectores sociales, incluidos miembros de la propia alianza que comandó el ex mandatario.
Además de desatar lógicas polémicas y malestar en las propias filas del ex oficialismo (donde hay muchos supuestos espiados), la cuestión sigue mostrando una gran cuenta pendiente de la democracia recuperada en 1983.
De la actuación de los “servicios” de la ex SIDE -hoy Agencia Federal de Inteligencia (AFI)- en las dictaduras militares huelga hacer cualquier comentario porque todo el mundo sabe cuál fue el tenebroso papel que les cupo.
Pero es inadmisible que en democracia persistan vicios y estructuras que, en lugar de estar al servicio -valga el vocablo para definir su rol- de la sociedad, aún están contra ella.
La “inteligencia” de cabotaje, además de transitar siempre por terrenos oscuros y pisando andariveles ilegales e inconstitucionales, en general se dedicó a operaciones de todo pelaje y color, hasta para inmiscuirse en la vida íntima de las personas incluso por intereses de habitantes del poder.
La situación se torna más patética cuando se cuentan de a miles los casos de hechos ilegales que siguen sucediéndose a diario, como los delitos complejos relacionados con el narcotráfico o la aparición cíclica de algún malhechor internacional convenientemente escondido (o protegido) en algún sitio no demasiado alejado de las luces del centro.
Pero los casos más terribles tal vez hayan sido los atentados terroristas que sufrió la Argentina en 1992 y 1994 (embajada de Israel y AMIA), previo a los cuales nadie -por lo menos que se haya sabido- detectó una señal de lo que posteriormente ocurrió.
Otro tema es la conducción de las sucesivas conducciones de la agencia de espías, que han estado en manos de dirigentes políticos o cercanos al poder de turno pero sin la mínima formación en la materia o con abundante background de otros conocimientos necesarios, como el judicial.
En ese mar encrespado y sucio se manejaron y manejan personajes que ostentan el récord de ser los espías más conocidos del mundo, que incluso dan entrevistas públicas o aceptan el rol de “arrepentidos” y trinan como canarios en juzgados y cámaras legislativas para salvar la ropa (y el pellejo también), sin trepidar en difundir acciones reñidas con la ley.
Cada nueva administración promete cambios. El actual gobierno intervino la AFI, puso al frente a una fiscal nacional con amplia trayectoria e impulsa una investigación sobre el espionaje en el macrismo, que ya está convertido en un escándalo, al margen de lo que finalmente resulte de la pesquisa judicial.
Pero más allá de los colores políticos de turno, lo que ya no necesita más el país es un hato de “agentes secretos” dedicados a operaciones inútiles, ilegales y de baja estofa, sino un sistema aceitado, honesto y transparente (esto dentro de los límites que impone la propia actividad) destinado a defender los intereses del país y sus habitantes. En definitiva, una “inteligencia inteligente”.
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