9.53 hs del lunes 18 de julio de 1994. Ya regresábamos a Hangar 1 en Torcuato. Lo primero que vimos con Miguel Migliore desde el Helicóptero de América en el que cubríamos los informes de Transito de Panamericana y cada acceso a Capital, fue la nube negra, espesa, ascendiendo. Lo informamos a la Radio. Desconocían de qué se trataba. Observamos que la negrura de aquel hongo deforme comenzaba ponerse gris oscuro, hasta lograr un color más claro. Pudimos llegar hasta General Paz donde Miguel estabilizo el vuelo a unos 400 metros de altitud. No podíamos ingresar a Capital Federal. No nos estaba permitido hacerlo. La formación era ahora más clara y elevada y se mantenía ahí, vertical. Como un gran árbol que luego por efecto del barrido del viento, se desparramaba. Duró minutos. Tardó en disolverse.
Una hora después y ante decisión de Multimedios América, caminaba en medio de gente desesperada, pisando ruinas, percibiendo un olor hasta entonces desconocido, un olor acre, corrosivo. Hubo cadenas de manos soldarías en medio de cuerpos y trozos de cuerpos que aparecían ante la remoción de cada escombro y de la nada. Cuando me encontré con los colegas tratamos de organizarnos. Algunos subimos a techos y terrazas de la vereda de enfrente, gracias a la generosidad de vecinos todavía conmocionados que nos permitieron ingresar a sus domicilios semi destruidos, a veces con esfuerzo, empujando puerta y ventanas trabadas. Las cadenas de manos comenzaron enseguida. No cesaban y cada vez eran más largas, jóvenes y adultos unos al lado del otro que llegaban de todas partes pasándose agua, medicamentos, gasas, sogas y lo qué, diferentes vehículos traían imprevistamente. Hubo instantes en que el sonido de las sirenas comenzaba y parecía no terminar, mezclados desde varios puntos. Los gritos con el pasar de las horas se fueron apagando. El llanto y el dolor de familiares que llegaban al lugar es lo que seguimos oyendo por horas. Bronca, impotencia. Nunca vimos nada tan desesperante. Una madre buscaba a su hija que esa mañana había ido a buscar trabajo a la sede de la AMIA.
El edificio había desaparecido y lo que quedaba en pie seguía derrumbándose, poniendo en riesgo a los rescatistas. En horas, Policías y bomberos asumieron el mayor protagonismo junto a médicos, y entre ellos por supuesto el Dr. Crescenti del SAME. Permanecimos días y noches.
El primer periodista que llegó al lugar fue Martin Canais, de Radio del Plata, tras él, llegaron colegas de Mitre, Continental, Sergio Lapegue y Pablo Talamoni con equipos de camarógrafos. Fuimos decenas en horas. No dábamos crédito a tanta catástrofe. “Trabajar fuera del cuerpo”, decíamos, para no involucrarnos emocionalmente en cada informe.
Pasaron los años; la corrupción gano la causa desde adentro y desde afuera de la Justicia.
Se supo que el Juez Galeano, mientras conversaba conmigo y otros periodistas en su oficina de Comodoro Py, con off de record que suponíamos relevantes, pagaba 400 mil dólares para que falsearan información con el pretexto de la publicación de un libro.
Durante mucho tiempo se mintieron datos, mientras se debatía la existencia de “Las pistas locales y la internacional”. Íbamos desde el ayatollah a muchos funcionarios menemistas y a bandas de policías de la bonaerense.
Los Gobiernos cambiaron.
Menem habría presionado al entonces juez Galeano para desviar la investigación, debido a que el sospechoso podría ser “amigo” de su familia. Finalmente la justicia absolvió al expresidente. A Galeano y los fiscales Mullen y Barbaccia, no. Fueron expulsados de la causa por ocultar el pago del Juez Galeano a Telleldín. (Alejandro Brousson, mayor retirado del Ejército, quien lideró la Sala Patria que investigó el caso Amia en la Side, ya fallecido, dijo (…) que la orden la dio el juez federal Juan José Galeano y que el dinero lo aportó Anzorreguy. Dijeron que el dinero era para asegurarse los derechos de autor de un libro. Querían que Telleldín diera los nombres de los que recibieron la Trafic utilizada como coche bomba) Diario La Nación-24 de septiembre de 2003. (…) Se sospecha que, en realidad, el libro era un eufemismo para referirse a la declaración indagatoria que prestó Telleldín el 5 de julio de 1996, cuando acusó a Juan José Ribelli y a otros policías bonaerenses de quedarse con la Trafic. (…) Telleldín quedo en libertad en 2012, se recibió de abogado y lo podes ver fotografiado ahora en su BMW negro.
Después, fue el Memorándum de Entendimiento con Irán. Aquí no pudo haber un memorándum de entendimiento con la ingenua excusa de hacernos creer que funcionarios iraníes, por estar en buenas relaciones con Argentina, habrían de entregarse en caso que fueran culpables. Una política tan letal como inescrupulosa. En febrero de 2014 la AMIA y la DAIA pidieron a Cristina Fernández de Kirchner que derogara el Acuerdo.
El fiscal Alberto Nisman, quien estaba a cargo de la investigación contra el atentado a la AMIA y que debía declarar ante la Comisión de Legislación Penal, apareció muerto una mañana de enero de 2015 en el baño de su departamento de la Torre Le Parc, en Puerto Madero.
Se cree que Salman Raouf Salman, también conocido como Samuel Salman El Reda, fue quien organizó el ataque a la sede en Buenos Aires. EEUU fijó una recompensa de 7 millones de dólares a quien ofrezca datos para su captura.
Nos vamos de un extremo al otro.
La política en cada Gobierno siempre, doblegando la investigación de la Justicia. Y la responsabilidad de jueces y fiscales, porque son ellos los que permiten que la Política se les meta, o ellos salen a buscarla. La Convivencia ha sido política.
26 años, 85 muertes. Más de 300 heridos. Familias arruinadas. No podríamos y no podemos estar sin sentencias.
Amia, el Tren de Once, el Submarino ARA San Juan. Causas diversas con un componente común. Serían infinitos los ejemplos en cada caso y en cada Gobierno. Nadie puede hacerse el inocente.
Gobiernos, Jueces que pasaron por la gestión ¿Ustedes, saben algo?
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