En un país que se caracterizó a lo largo de su historia por trenzarse en debates estériles, no podía faltar para estos tiempos la discusión para resolver si la culpa de la tremenda caída de la economía se le debe echar a la pandemia, una cuestión sanitaria de alcance universal, o a la cuarentena, una decisión política en la que los términos y condiciones fueron establecidas y aplicadas por el gobierno.
No hay nada más inútil que el análisis contrafáctico, ya que no podemos volver el tiempo atrás para ver si en abril la actividad económica hubiera caído en la misma proporción si no se hubiesen aplicado las restricciones del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio.
Las comparaciones con la evolución de la economía en otros países pueden tener su validez, siempre y cuando se aclare en cada caso cuál fue el punto de partida, además de cómo se compone la estructura por sectores en cada caso. De todos modos, para quien le guste comparar estadísticas, solamente Perú mostró en abril un derrumbe de la economía más profundo que el de la Argentina.
Sin embargo, algunos datos nos permiten acercarnos tímidamente a una respuesta. Respuesta condicional, vale la pena aclararlo.
Al respecto, habría que convenir que si la responsabilidad fuera exclusivamente de la pandemia y no de la cuarentena, todos los sectores que componen la economía argentina hubiesen caída más o menos en la misma proporción, sin grandes diferencias entre uno y otro.
Pero si quedan en evidencia diferencias notorias entre los sectores que quedaron fuera de las restricciones por haber sido considerados “esenciales” y los que permanecieron inactivos porque se los caracterizó como “no esenciales”, hay algo más que el inevitable efecto de la pandemia. Si un sector perdió mucho más que otro por haber permanecido cerrado por una decisión netamente política, las culpas, por lo menos, están compartidas entre pandemia y cuarentena, por ser generosos en el análisis.
Y el último informe del INDEC es aleccionador en ese sentido. La mayoría se quedó con el número promedio que indicaba una caída de la actividad económica del 26,4% en abril. Pero los promedios a veces ocultan realidades muy heterogéneas.
Y abril fue uno de esos casos: el agro fue considerado desde un principio esencial y no tuvo restricciones. Su caída interanual fue del 10,6%. Hoteles y restaurantes, por el contrario, siguen cerrados o, en el mejor de los casos, limitados al delivery y, desde junio, al take away. Cayeron 85,6%.
La intermediación financiera, que fuera “no esencial” en marzo, pasó a ser “esencial” en abril y su caída fue de apenas 3,2%. La construcción estuvo en el otro bando y su derrumbe fue del 86,4%.
Son solo cuatro ejemplos para saber dónde estamos parados. En abril y en julio también.
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