El hombre había vendido todo lo que consiguió en su vida, una vida de trabajo. Conversaba un café conmigo por aquellos días en una maravillosa esquina de una ciudad de Neuquén, a unos 82 kilómetros de Bariloche. Un alto, en mi viaje hacia Rio Negro.
Era propietario del terreno de la esquina que juntos, estábamos observando desde la mesa del bar. La idea de construir la estación de servicio con la que soñó gran parte de su vida, se iba diluyendo. Permisos, impuestos, convenios, catastro, coimas municipales, el sindicato, obra social, empleados y desde ya, el tiempo y toda la obra. En ese momento, el gobierno de Macri lo obligaba a pensar que con todos los ahorros de su vida, no tenía sentido la inversión. Solo el plazo fijo le daba lo qué, y de decidirse a invertir, no recuperaría en una década. “Y pensar que el ñato descansa dos por tres acá cerca- me dijo- en Angostura”.
El hombre estaba en esa etapa en que centraba su voluntad en lo que dejaría, antes que en lo que le pasaba por el cuerpo. En su familia, más que en sí mismo. Era sencillo. Cuando chico, hasta fue vendedor ambulante. Ahora, mayor, y con una vida atrás se obligaba a pensar en sus hijos, sobrinos, nietos. Pero en esos días, dudaba si les iba a dejar una empresa o un problema.
Pasaron solo dos años desde ese momento. Hace unos días me llamó para despedirse. Conversamos. La estación de servicio con la que había soñado, irreversiblemente ya no sucedería. Quedaba el terreno y lo tenía en venta; “Anda a saber cuándo se vende, como están las cosas hoy”, me dijo. Terminaba de acomodar cada papeleo, sucesión testamentaria incluida. Y agregó “¿Sabes de la inversión que estaba prevista en Telecom y se fue para atrás en el momento en que el Gobierno anunció declarar la telefonía celular y los servicios de internet esenciales?”.
“¡Claro! –Respondí-, recibimos el comunicado del gobierno, el DNU, y lo subimos a uno de nuestros Sitios como información. Estoy al tanto del tema, sí…”.
“Y bueno- continuo- 600 millones de dólares… ¿sabes? Este muchacho, Fernández, no me cae mal, pero tiene que decidir si gobierna él, o no. Lo creía un buen negociador. Yo pronto me estoy yendo”.
“¿Te vas nomas?”.
“Ya no me queda mucho por hacer aquí, si me quedo voy a vivir menos”.
Efectivamente, se va de Argentina. Colgamos al rato, deseándonos lo mejor, incrédulos al mismo tiempo. Cómplices de la desazón.
No pude evitar pensar que no tenemos límites, nos vamos de un extremo a otro. Años de timba para grupos minoritarios, donde la plata es dulce solo en lo financiero, ni siquiera para auxiliar a emprendedores con créditos blandos, y dos años después nos convertimos en un país donde se espantan las inversiones y los impuestos siguen ascendiendo desigualmente, solo por la decisión de congraciarse con sectores ásperos de la política, tratando de ser benevolentes con quienes no producen. Una excesiva muestra de solidaridad, diría. Un país que equivoca coyunturas, que no sale a negociarlas con equilibrio, indefectiblemente aniquila lo que viene.
Si el futuro es hoy, no lo estamos viendo. Algo no está funcionando. Me disponía a trabajar en algunas cosas, pero preferí salir a caminar un rato. Comencé a pensar en los años que me faltan para jubilarme, estando al día ¿valdrá la pena? Como a todos, los años se me están yendo.
Quedate en Consumer, con el resto de los colegas.
crédito imagen TICbeat
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