La marcha antigubernamental llamada “banderazo” tuvo una importante adhesión y sin dudas la administración de Alberto Fernández tomó nota de la protesta.
Pero la discusión sobre las cifras de asistencia en cualquier manifestación a esta altura resulta ociosa, habida cuenta, además, de las nuevas formas de convocatoria, especialmente a través de las redes sociales.
Y justamente el foco debe ser puesto en quienes promueven y se ponen al frente de esas marchas en cualquier gobierno.
Obviamente quien se encuentra en el poder tiene las herramientas más poderosas para hacerlo, pero también hay oportunidades en que las motivaciones, como el malestar y la espontaneidad, superan la voluntad de quienes pretenden manejar o explotar la protesta.
En esta ocasión, pasada la efusividad del momento de la marcha, surge como primera conclusión que la voluntad de la gente, independientemente de la valoración de las consignas, superó a la dirigencia, especialmente a aquella que se encarama en este tipo de expresiones.
Yendo al punto de las consignas, el eje del llamado #17A fue inicialmente el malestar por la extensa cuarentena dispuesta por la pandemia de coronavirus, pero de antemano se preveían otros títulos.
Así, entre los más salientes, se anotaron el “no a la reforma judicial” y el cuestionamiento –más de una vez enardecido- a la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, incluso a las puertas de la propia casa de la expresidenta.
También es de destacar que, salvo algunas situaciones puntuales, las diversas movilizaciones en todo el país no se desmadraron y transcurrieron pacíficamente, más allá de los tonos subidos de algunos manifestantes.
El día después se produjo con normalidad, y es lógico que así sea porque la gente disconforme con las políticas oficiales, al margen de la cuarentena y sus adherentes o detractores, pudo expresar su descontento a través de la válvula de escape de la protesta pública.
Buscando otro ángulo del análisis, podría especularse con que también podría haber atisbos de alivio para el Gobierno, ya que hubo un canal de expresión para aquellos que lo hicieron de una manera pacífica y que, por otra parte, no tienen ni la mínima intención de adherir al peronismo.
Claro que hay algunos aspectos importantes sobre los cuales posarse. Uno es el social, con el indudable riesgo de convertir una marcha de protesta en un gigantesco foco de contagio del peligroso coronavirus.
Y en el plano político hay que advertir que esta vez todo salió relativamente bien, pero si se apela nuevamente a las expresiones opositoras de estas características la historia muestra que son necesarios cauces y conducciones concretas.
En este caso, es un desafío para la dirigencia opositora. Antes, durante y después.
Cuando Juntos por el Cambio decidió encaramarse en la protesta salieron a la luz las diferencias entre sus referentes. La presidenta del PRO, Patricia Bullrich, junto con otros dirigentes como Hernán Lombardi, convocaron y fueron al Obelisco pero ya estaba instalada la particularidad de que el llamado había sido motorizado por militantes satélites, como el actor radical Luis Brandoni. En la otra vereda se ubicaron Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli e intendente, por ejemplo.
Y no se trata ya de halcones y palomas. Se trata de quienes tienen responsabilidades de gobierno y quienes no tienen nada que perder y mucho por recuperar. El histórico “teorema de Baglini”, aquella idea sustentada por el exdiputado radical según la cual cuanto más lejos se está del poder, más libertad para levantar consignas duras, mientras cuanto más cerca se está, más prudencia al momento de expresarse.
Por ello, ante cualquier expresión que la oposición quiera promover o aprovechar, deberá actuar monolíticamente.
Y la manifestación (sea o no masiva) en sí no pasará de una protesta casi anecdótica y con múltiples consignas que corren el riesgo de terminar licuadas si no tiene un encuadramiento y un liderazgo, acá y en cualquier lugar del mundo. Por eso, en definitiva, el “banderazo” de este 17 de agosto parece haber dejado más incógnitas que certezas.
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