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Acompaña a Luis Tarullo:
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Reforma, reforma, reforma…En todos los gobiernos y en todas las épocas aparece esa palabra envuelta en una nube de sentimientos y reacciones que va desde el escepticismo hasta el terror. El término se suele utilizar desde la política con sentido oportunista y más de una vez (muchas) ha quedado archivado junto a la otra palabra que suele acompañarlo. Reforma laboral, reforma sindical, reforma judicial, reforma política, reforma económica, reforma financiera, reforma bancaria, y mil reformas más.
El debate de estos momentos es la reforma del sistema de salud propuesto como al pasar, pero no inocentemente, por la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, encaramada en la situación provocada por la pandemia de coronavirus.
El esquema sanitario argentino, con virtudes y defectos, abundancias y carencias, ha sido el área del país que mejor ha respondido y está respondiendo ante esta catástrofe mundial de la Covid-19, sobre todo con el recurso humano que también ha sacrificado vidas en la lucha denodada contra el virus.
Claro, en momentos de tormenta también afloran las cuestiones pendientes, los errores, la insuficiencia, en fin, los problemas crónicos. Como todo, y si vale la comparación, como un auto o un techo: si no hay mantenimiento, mejoras o control constante en las épocas de vacas gordas, lo más probable es que falle el motor o aparezcan goteras en los momentos de vacas flacas, ergo, críticos, como en esta oportunidad.
Justo es decir que los Gobiernos de todas las jurisdicciones y los efectores -tanto públicos como privados- debieron ponerse a trabajar contrarreloj para resolver los inconvenientes o dotar de más volumen al sistema, aunque siempre parece insuficiente.Si amaina el coronavirus es posible que alcance con lo que hay. En caso contrario, seguramente habrá que seguir dándole volumen y fortalecimiento esa área fundamental, ahora y siempre.
Pero para ello no hay que agitar en exceso las aguas, lo que está ocurriendo con la intervención de la expresidenta con esto de enarbolar nuevamente (no es la primera vez que lo hace) la bandera de la reforma del sistema de salud, con el argumento inicial de la «articulación» público- privada, que incluye al esquema público y privado (en este caso, prepagas y obras sociales).Aún no está claro qué hay bajo la punta del iceberg y hasta qué nivel escalará este debate, que ya muestra adherentes y detractores. De hecho, hay una articulación donde, a veces a los ponchazos, es cierto, se trata de capear el temporal.
Se dice que los momentos de crisis son buenos para las oportunidades. Pero no es siempre así. Hay crisis y crisis. Sin dudas que ahora hay que andar con pies de plomo, administrando y optimizando lo que hay y lo que habrá, dejando para tiempos más serenos el abordaje de estos temas ríspidos, como tantos otros.
Salvo que, bajo el agua, haya intereses ocultos que tienen que ver con el poder y el dinero, dos elementos que casi en el ciento por ciento de los casos van unidos indisolublemente. O, como primera instancia, que sea el famoso principio vandorista de «golpear para negociar», presionando a sectores que tampoco se muestran demasiado generosos o solidarios en medio de la pandemia. Incluso, como para agregar otra hipótesis, una muestra de poder interno dentro de la coalición gobernante marcando agenda, como le gusta hacer a la presidenta del Senado. O quizás, es muy probable, todo eso junto. De cualquier manera, si se realiza un paneo histórico en la actual etapa democrática inaugurada en 1983 es fácil determinar que muchas «reformas» terminaron en el archivo. Así pasó, por ejemplo, con la reforma sindical del Gobierno de Raúl Alfonsín; con la reforma política (excepto el voto directo, un gran logro en su momento, después siguen los vicios de las listas sábana, las boletas de papel y unas PASO que son en realidad virtuales internas partidarias o encuestas para la elección general); la reforma judicial promovida por todas las administraciones (incluida la actual); la reforma del sistema de obras sociales, y varias más.
Los dos grandes cambios que trascienden tiempo y gobiernos han sido, por un lado, el laboral (a medias, claro) de los ’90, que trajo la flexibilidad, aunque más impuesto por una etapa de globalización económica mundial por el imperio del mercado, y, por el otro, la histórica actualización de la Constitución Nacional de 1994 y el consecuente derrame de modificaciones de Cartas Magnas de otras jurisdicciones.
Por eso, salvo esas mutaciones de fondo, también en esta circunstancia cabe la pregunta, aunque sea por el momento, y parafraseando en «spanglish» el célebre título de un histórico disco de Supertramp: «¿Reforma? ¿What reforma?»
Crédito Imagen Portada, Télam
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