Cuando llegaron los inmigrantes europeos a la Ciudad de Buenos Aires traían consigo muchas costumbres de venta callejera, por ejemplo los italianos y españoles acostumbraban vender castañas asadas en una lata circular (muy parecida a una pizzera) sobre un tacho con leña que servía de calentador. Aunque aquí se encontraron con el maní y tuvieron que modificar la forma de venderlo.
En las plazas siempre se encontraba un tanque de tostado negro a carbón o gas decorado para simular las formas de una locomotora a vapor, donde se colocaba maní natural y se lo tostaba. Por unas pocas monedas se recibía un cono de papel lleno hasta desbordar con maní tostado y con su cáscara. Una golosina sana y natural que en las tardes de fresco ayudaba a calentar las manos.
Algunos tenían un cilindro colgado con una correa que usaban para medir la venta, una lata pequeña de conserva a la que agregaban algunos maníes más con la mano, todo despachado en el cucurucho de papel de diario.
Otros maniseros disponían de un hornito más sofisticado que semejaba una vieja locomotora pero pintada en colores vivos que echaba humo por la chimenea, además de llevar la mayoría de ellos, una corneta colgada del cuello para anunciar su presencia.
Sus clientes eran en su mayoría infantiles que a la salida del colegio o en las plazas y también en las calesitas compraban el rico maní calentito.
El manisero era un vendedor emblemático de plazas y paseos porteños.
Alguno de ellos, durante el verano, cambiaba el rubro a heladero.
Crédito del Muro de Facebook.
HISTORIAS SECRETAS, DESCONOCIDAS U OLVIDADAS DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BS.AS
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