Dicen que era un joven muy inteligente, que le tocó vivir en los tiempos posteriores al genocidio de Roca, entre ranqueles o araucanos que huían de las balas, quienes no tenían privilegios ni derechos y sobrevivían en villas, bajo toldos, o como podían. Dicen, además, que a pesar de nacer en una familia de inmigrantes que vivían con menos de lo justo, Juan Bautista llegó a cursar el 5º grado hasta que se vio obligado a dejar la escuela para trabajar. Que se conocía de memoria el Martín Fierro y, tal vez, no era casualidad que le interesase tanto la historia de un gaucho que escapaba de los opresores. Años más tarde, ese joven que pasaría parte de su adolescencia entre anarquistas se transformaría en una leyenda viva que, muchas veces, no distinguiría entre fábulas y verdades increíbles.
Su historia cuenta que el 4 de noviembre de 1919, pasado el mediodía, Bairoletto tuvo una fuerte discusión por una mujer con el cabo Elías Farache. Se conocían bien: era el mismo oficial que, alguna vez, lo había encerrado y torturado durante toda una noche sin motivo alguno. Entre gritos y golpes, el joven terminó disparando tres tiros y asesinando al policía. Lo que vendría luego sería una fuga de película y el nacimiento de un mito que, repleto de hazañas, venganzas, robos y ayuda a quienes menos tenían, se iría gestando alrededor de un «bandido santo».
Perseguido por la policía que buscaba hacerle la vida imposible, la imagen de Bairoletto se fue haciendo cada vez más popular. Lo que robaba, generalmente de estancias o de patrones adinerados, lo repartía entre las familias más necesitadas. De esta forma, pese al intento de las autoridades de mostrarlo como alguien violento y peligroso, la gente lo ayudaba a refugiarse, a escapar o le advertían si lo buscaban. Con los años, junto a su compañera Telma y sus dos hijas, decidió abandonar la vida nómade e instalarse en un poblado rural de Mendoza. Con nuevo nombre, Bairoletto comenzó una vida distinta, trabajando en su huerta y vendiendo la cosecha. Todo parecía ir bien, hasta la noche del 14 de septiembre de 1941.
Eran las 6 de la mañana cuando escuchó llegar a la policía. Su ubicación, se sabe, había sido delatada por un amigo a cambio de una recompensa. Inmediatamente, tomó un revólver y observó por la ventana. Ya sabía que no podría sobrevivir, eran 16 hombres armados contra él. Por eso, luego de dispararle a un oficial, se llevó el arma a la cabeza y se quitó la vida. Había entendido que era la única forma de salvar a su familia. La policía intentaría jactarse de haberlo asesinado, pero nadie lo creería. Todo el pueblo sabía que jamás les daría el gusto de capturarlo y que siempre, a lo largo de su vida, primero estuvo su gente.
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