Adaptación Radial-
Esta es la historia de un perro pequeño, lanudo y blanco que tenía un exquisito oído musical. Un animalito que fue adoptado por un pueblo entero y al que se le dedicaron libros, poemas y estatuas. Ese fue Fernando, el perro callejero considerado el protagonista de una mítica canción del cantautor Alberto Cortez.
El perrito apareció de repente, en Nochebuena de 1951, en un bar de Resistencia, capital de la provincia argentina del Chaco, buscando refugiarse de una fuerte tormenta.
Entonces, se tumbó a los pies de Fernando Ortiz, un cantante de boleros que, por esas cosas del destino, estaba de paso por la ciudad en la que, desde ese día, se quedó para siempre.
De inmediato, Ortiz se constituyó en su “dueño oficial”, y hasta le transfirió su nombre. Pero el perro enseguida se supo ganar el corazón de los lugareños e hizo de la ciudad su casa. Todos querían recibirlo en sus hogares o compartir un rato con él en los bares y restaurantes que frecuentaba.
Así fue que el peludo pronto desarrolló una rutina que, por lo general, consistía en dormir en la recepción del Hotel Colón, desayunar café con leche y medialunas en el despacho del gerente del Banco Nación. Visitar la peluquería ubicada junto al Bar Japonés. Almorzar en el restaurante El Madrileño o en el Sorocabana. Tomar una siesta en la casa del doctor Reggiardo. Perseguir gatos en la plaza principal. Cenar en el Bar La Estrella. Esa desconcertantemente. Pero más allá de su simpatía y del amor que supo despertar en los habitantes de la ciudad chaqueña, Fernando, el perro callejero “por derecho propio”, se destacó por el extraordinario oído musical que poseía.
Cuentan que el perrito no se perdía ninguna actividad en la que hubiera música. Asistía a conciertos, fiestas públicas, privadas, hasta los carnavales. Siempre tenía un lugar de privilegio en estos encuentros.
Se solía sentar junto a la orquesta o los solistas y meneaba su cola en señal de aprobación. Pero si alguien equivocaba una nota o desafinaba, increíblemente, empezaba a gruñir, o a aullar, y finalmente se iba.
Incluso desaprobó a un importante pianista polaco que ofreció un recital con la sala llena en la principal sala de la ciudad. Fernando gruñó en un par de oportunidades, lo que motivó que, hacia el final del espectáculo, el músico se levantara de su silla y admitiera: “Tiene razón. Me equivoqué dos veces”.
Pero el 28 de mayo de 1963, algo se quebró de repente. Frente a la plaza ubicada junto a la casa de gobierno provincial, donde iba a menudo a perseguir mininos, un coche atropelló a Fernando, el perro callejero que “fue de todos”.
Por eso lo lloró Resistencia entera, y su entierro está considerado el más concurrido en la ciudad. A despedirlo acudieron hasta las autoridades municipales, y se pronunciaron sentidos discursos en su honor.
Hoy descansa bajo la vereda de El Fogón de los Arrieros, un emblemático centro cultural de la capital chaqueña. Y vive en el corazón de los que tuvieron la dicha de compartir parte de sus vidas con él.
Y fue eternizado en Callejero, la canción de Alberto Cortez que los retrata a las mil maravillas lo mismo que a todos los seres bellos y libres que, como Fernando, andan por el mundo fieles a “su destino y a su parecer”.
MEMORIAS CURIOSAS ARGENTINAS
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