Petronila Rodríguez tenía 20 años en 1835 cuando su padre mató al vecino.
Aquella dramática noche, los Rodríguez dormían en su quinta porteña que ocupaba cuatro manzanas en las avenidas Callao y Córdoba, cuando Juan Antonio Rodríguez sintió ruidos en la huerta donde plantaba bergamotas. Con su escopeta disparó a la distancia. Cesaron los ruidos y recién al día siguiente se descubrió que un vecino había muerto por el disparo. En el juicio fue absuelto porque era común que aparecieran ladrones en las quintas y todos hubieran hecho lo mismo que Rodríguez: disparar al bulto sin advertencia alguna.
La Justicia no lo condenó, pero su conciencia lo atormentaba. Resolvió construir una capillita en los terrenos de donde tuvo lugar la tragedia y dar misas por la memoria del difunto.
En 1882, consciente de que estaba en sus últimos días, Petronila, la hija de Rodríguez, donó las cuatro manzanas de su quinta, más algunas propiedades en el centro. En su testamento explicó que hacía tiempo venía evaluando construir una iglesia donde estaba la capilla que había hecho su padre; junto a la iglesia, un colegio; y enfrente, según la cláusula nro. 15, un terreno para la instalación de una escuela.
Minutos antes de morir, le indicó a su gran amiga y albacea, Juana Bosch, que vendiera algunas de las propiedades que dejaba y que tomara cien mil pesos para “los niños que quieran educarse”. Cumpliendo con parte del legado, se construyó la Iglesia Nuestra Señora del Carmen en el espacio que ocupaba la capilla, en Rodríguez Peña y Paraguay, más el colegio parroquial a su lado.
En octubre de 1886, Juana Bosch entregó el dinero recaudado al Consejo Nacional de Educación. Emocionados por la donación, la institución resolvió que levantarían la escuela y le pondrían el nombre de la benefactora, Petronila Rodríguez. Incluso le pidieron a Juana un retrato de Petronila. Fue imposible conseguirlo: jamás quiso retratarse. El sueño de la escuela con capacidad para setecientas alumnas, quedó en manos del genial arquitecto Carlos Altgelt.
El edificio se inauguró en 1886. Pero en 1888 se resolvió instalar juzgados, de manera provisoria, hasta que se construyera un Palacio de Tribunales. Por ese motivo mudaron a las alumnas a Junín y Vicente López, donde comenzó a funcionar la escuela con el mismo nombre de la benefactora. Regresaron al gran edificio en 1894. Pero en 1903, volvieron a mudarse porque el Consejo Nacional resolvió que allí funcionaría la sede del Ministerio de Educación. La denominación Petronila Rodríguez desapareció de la nomenclatura escolar.
En 1932, por iniciativa de Juan Benjamín Terán, presidente del Consejo Nacional de Educación, se le dio el nombre de la benefactora a una escuela en Parque Chas. Mientras que el espléndido solar donado por Petronila fue bautizado Palacio Sarmiento. A la calle que pasaba por la puerta se la llamó Pizzurno, en honor de tres hermanos maestros con ese apellido: Pablo, Carlos y Juan. Por lo tanto, el Ministerio de Educación debería ser una escuela.
Y el edificio, al que todos conocen como el Palacio Pizzurno, es el Palacio Sarmiento –sobre la calle Pizzurno–, que debería llamarse Petronila Rodríguez: nombre de la filántropa hija del hombre que mató a su vecino por error en 1835.
Publicada en Arquitectura, Estudiantes, Personalidades Porteñas, Siglo XIX.
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Historias Perdidas de Buenos Aires
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