Cuenta la historia, no la leyenda, que el General Justo José de Urquiza tenía un perro bravo que lo acompañó años. Era de pelaje bayo y del tipo mastín, llamado Purvis. El can no pasó desapercibido por dos razones: primero, por sus célebres mordidas a todos los que se acercaban a Urquiza (no se salvaban de los tarascones ni los visitantes ni los altos oficiales de su Estado Mayor; tipos ásperos y curtidos en sangrientos entreveros como Basavilbaso, Galán, Urdinarrain, Galarza, le temían más al perro que a su jefe); y, segundo, porque su imagen quedó inmortalizada en el cuadro que pintó Juan Manuel Blanes de la batalla de Caseros, que puso fin a la tiranía porteña de Rosas.
Allí aparece el perro Purvis al lado del caballo de Urquiza. Cuentan los cronistas que el animal no temía ni a los cañonazos ni al estruendo de la fusilería, y cuando Urquiza encabezaba las cargas de la legendaria caballería entrerriana en la batalla, allí iba el fiel Purvis a su lado.
Cuando Sarmiento visitó a Urquiza en una de sus primeras oportunidades, escribió: “El general Urquiza tiene a su lado un enorme perro que se llama Purvis. Muerde a todo el que se acerca a su amo. Ésta es la consigna. Si no recibe orden en contrario, el perro muerde. Un gruñido de tigre anuncia su presencia al que se aproxima, y un ¡Purvis! del general, en que se le intima a estarse quieto, es la primera señal de bienvenida”. Y continúa diciendo Sarmiento: “El general Paz, al verme de regreso de Buenos Aires, su primera pregunta confidencial fue: ¿No lo ha mordido el perro Purvis?”.
Ángel Elías, el secretario privado, consignó en sus memorias estas palabras del propio Urquiza referidas a Purvis: “De la campaña Oriental solo me he traído compromisos y este perro. Era un cachorro que tenía el Coronel Galarza; de repente se me reunió y aunque mandaba separarlo siempre insistía en volver a mi lado; viendo yo esta tenacidad en un perro que no me conocía, ordené que se le dejase y desde entonces no se ha separado de mí. Dígame usted Elías, ¿no hay en esto una cosa incomprensible? ¿Cómo me explica Ud. el instinto de este animal a seguirme constantemente entre ocho mil personas que había en el ejército? No tiene paz con nadie, veo que me respeta y eso que yo nunca lo halago, es mi constante compañero”.
Ahora sí, la leyenda.
El perro Purvis murió en el Palacio de San José. Una narración oral cuenta que tenía la mala costumbre de robar asado de la parrilla. En una ocasión lo hizo frente a un joven soldado de la guardia del palacio que indignado lo mató. El joven fue llamado frente a Urquiza por el hecho, a lo que el soldado respondió que según su orden todo ladrón debía morir. Urquiza cedió ante la respuesta pero posteriormente el soldado comenzó a «encontrar» dinero y joyas extraviadas, las cuales nunca tomó, intuyendo que el General quería tener una excusa para vengar la muerte de su fiel amigo.
Lamentablemente Purvis no vivía cuando ocurrió el cobarde asesinato, donde el Tata se defendió sólo frente a su familia -espada y pistola en mano, y sin custodia alguna-, ante una partida de sicarios. Quizás otra hubiese sido la historia con el perro Purvis a su lado, dando pelea…
Gastón Buet
Profesor de Historia
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