Acompaña a Luis Tarullo:
La Iglesia católica volvió estos días a hacer oír sus campanadas de alerta sobre la situación social de la Argentina, y lo hizo nada menos que a través del papa Francisco y de una de sus mayores jerarquías locales, como el titular de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, monseñor Jorge Lugones.
El Sumo Pontífice le envió una carta al presidente Alberto Fernández en la cual utilizó una tradicional fórmula mediante la cual, implorando la intercesión divina, reclamó soluciones para los marginados.
Y Lugones, en una extensa entrevista con el Servicio de Información Religiosa de la Conferencia Episcopal Italiana, se despachó a gusto sobre todos los temas, incluso el acuerdo de la Argentina con el Fondo Monetario Internacional (FMI).Las alertas se suman a las que ya vienen lanzando prelados de diversos puntos de la geografía nacional, de los cuales hay quienes, si bien rescatan esfuerzos y acciones que se llevan a cabo para resolver los problemas, no dejan de alzar la voz, especialmente aquellos de las zonas más carentes de la República.
La carta del Papa no fue muy extensa y la envió con la excusa de agradecer la misiva que le remitió Fernández para saludarlo por un nuevo aniversario por su unción como Pontífice.
«Pensando en las actuales dificultades que tantos hijos e hijas de la Nación argentina tienen que enfrentar imploro el auxilio de Nuestra Señora de Luján para que, intercediendo ante el Señor Jesús, Príncipe de la Paz, les obtenga a usted y sus colaboradores la asistencia del espíritu de la verdad para trabajar por el bien común y procurar soluciones adecuadas a los problemas que afligen, de manera particular, a los más débiles y descartados», fue el más largo, pero esencial párrafo de Jorge Bergoglio.
No cabe duda de que la demanda, aunque prudente, está clara. «Soluciones adecuadas» especialmente para «los más débiles y descartados». Hubo quienes se asombraron por el término «descartados» esgrimido por Francisco, pero es un sello propio que utiliza desde hace muchos años. Lo que sucede es que en este caso lo imprimió directamente a la Argentina. Y el «descarte» tiene un solo significado, mucho más fuerte que el «pobre», «carente» o hasta «marginado». Descartar es tirar, rechazar, no tener en cuenta. Palabra que duele, y que debe haber calado hondo en los destinatarios del mensaje.
En tanto, Lugones, obispo de Lomas de Zamora, advirtió que «en la situación económica actual, los argentinos no pueden ser objeto de políticas de ajuste». También les cargó el fardo a todos los políticos: «Es imprescindible que la dirigencia política en su conjunto asuma las responsabilidades institucionales que merece semejante condicionamiento”, dijo, y aludió a la crisis que provoca, a su criterio, “la aplicación de políticas neoliberales en los últimos tiempos”.
Si bien admitió que «se avizoran algunos indicios de pequeñas recuperaciones, se restablece en parte la actividad de muchos sectores del trabajo y de muchos de la economía popular, se advierten repuntes en el consumo de bienes y servicios en todos los niveles”, alertó que «la deuda social sigue siendo muy extensa, y sigue afectando muy fuertemente en especial a niños y adolescentes”.
En ese punto se puso del lado de la llamada «economía popular», a la que definió “como un esfuerzo para que todos los argentinos tengan trabajo». Y machacó sobre la cultura del trabajo: “La dignidad y el sentido que otorga el trabajo son los medios más eficaces para combatir el narcotráfico, la desnutrición y la inseguridad”, aseveró Lugones. También apeló a un acuerdo social amplio, cuando dijo que la Argentina «sumida desde hace un tiempo en conflictos permanentes, tanto políticos, como socioeconómicos, con un índice de pobreza alarmante, necesita construir un punto de encuentro donde todos los sectores, sin perder su identidad, puedan aportar al diseño de un país donde todos tengamos trabajo, donde se pueda vivir dignamente, y donde podamos recuperar el sentido de Nación».
Desde hace bastante tiempo no es habitual escuchar a altos dignatarios de la Iglesia hablar directamente del FMI como lo hizo Lugones, quien advirtió sobre las consecuencias de los acuerdos con el organismo, pero también avaló el firmado por el Gobierno, casi como una solución inevitable por ahora.
«Ningún acuerdo con el Fondo Monetario Internacional puede ser bueno en tanto condicione la actividad económica interna y las regulaciones de protección social, en especial con los altos índices de pobreza y marginalidad que tiene nuestro país. Sin embargo, es imprescindible tener un acuerdo para que el país no abandone los compromisos asumidos con los organismos de crédito, y que al mismo tiempo traiga una reestructuración que permita al Estado seguir atendiendo las necesidades de los que menos tienen», describió.
Al mismo tiempo destacó la idea de «cambiar el paradigma del subsidio por el paradigma del trabajo». Pero alertó a la vez que «si bien hay políticas destinadas a convertir la asistencia en puestos de trabajo todavía no se advierte que esas políticas tengan la magnitud suficiente para contrarrestar los índices de pobreza y desocupación». Y adentrándose en el terreno económico, dijo que «el eje central es la defensa del trabajo, amenazado por una economía cada vez más concentrada, agudizada esta situación por el impacto de la tecnología que elimina mucho más trabajo del que crea». Tras reivindicar nuevamente la «economía popular» y la postura del Papa en favor de ese principio, rescató que «hay interesantes espacios de articulación entre empresarios, industriales, sindicatos, movimientos sociales que es imprescindible consolidar».
Tampoco les fueron ajenos a Lugones los problemas de la energía que podría tener la Argentina en el próximo período invernal, acicateado por el conflicto de Rusia y Ucrania, y de la inflación.
«Seguramente, dado el lugar en que se produce y la incidencia respecto de la energía podrá acarrear dificultades a nuestro país que importa una gran cantidad de energía. Cierto es que también nuestro país es productor de alimentos que son commodities y cuyos valores a escala global están aumentando. Eso puede favorecer alguna balanza de pagos, siempre y cuando no signifique un mayor aumento en los precios internos de nuestro país que golpean más duramente a los que menos tienen», dijo en el reportaje con Bruno Desidera, del SIR. Pero, aunque los diagnósticos siempre son bienvenidos, también es importante escuchar propuestas de soluciones. En ese punto el obispo de Lomas dijo que hay personas que «han demostrado que son capaces de tejer lazos de pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del egoísmo. Estas experiencias de salvación comunitaria es lo que ha provocado reacciones creativas, entre la capilla, la cooperativa, el centro comunitario e incluso vecinos que se unen porque se dan cuenta que el trabajo en común es posible».Y describió que desde la Iglesia «acompañamos muchas comunidades, sobre todo del cinturón que rodea Buenos Aires, la Capital, donde viven catorce millones de personas, sumando voluntades para cuidar la fragilidad de los pobres y aquellos que no tienen posibilidad de asociarse. Hoy necesitamos como dice Francisco de estas experiencias de salvación comunitarias que nos ayuden a potenciar el amor creativo con gestos y palabras que hagan nuestra la fragilidad de las demás». Destacó, en ese marco, las capacitaciones que implican a unos cuatro mil jóvenes en casi todo el país en cuestiones como tierra, pesticidas naturales, reciclado, energías renovables, cocina saludable, turismo ecológico, mimbrería y textil, por ejemplo. Y cerró rescatando que «nuestro objeto central de acción son los dos nuevos principios que Francisco aporto a la Doctrina Social de la Iglesia: la opción preferencial por los pobres y el cuidado de la Casa Común».
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