En nuestra región el toreo, traído por los conquistadores españoles, no tuvo tanto éxito como México o Perú, recién el 11 de noviembre de 1609, casi veinticinco años después de la segunda fundación se realizó la primera corrida de toros en Buenos Aires, en conmemoración de la festividad de San Martín de Tours, patrono de la ciudad, estando Hernando Arias de Saavedra como teniente gobernador de la ciudad. Más tarde, durante todo el siglo XVIII, las coronaciones, los cumpleaños de los reyes y otras fiestas importantes daban motivo para la lidia de toros. Por ejemplo, en 1759, en homenaje a Carlos III, se realizaron seis días de toreo en los que se mataron 150 toros. Es así como por estas tierras se ha disfrutado por más de 200 años de las corridas de toros (1609 a 1819)
Originariamente, las corridas de toros porteñas se hacían en la Plaza Mayor, hoy Plaza de Mayo, en el costado oeste, para que las autoridades pudieran asistir a ella desde el balcón del Cabildo. Al principio fueron gratuitas lo que, por supuesto, conspiraba contra la calidad de los toreros, que ya eran profesionales en España. Solía atarse un toro a un poste para que los vecinos más corajudos se divirtieran con él, arriesgándose a recibir alguna cornada. En 1790 el carpintero Raimundo Mariño propuso al virrey construir una plaza de toros permanente en el hueco de Monserrat, para evitar el gasto de armar y desarmar el tinglado cada vez que había función.
Inaugurada el 14 de octubre de 1791 fue la primera Plaza de Toros que tuvo Buenos y estaba ubicada en la actual manzana comprendida entre las calles Belgrano, Lima, Moreno y Bernardo de Irigoyen (Barrio de Monserrat).
Tenía capacidad para dos mil personas y las autoridades se instalaban en los balcones de la casa de la familia AZCUÉNAGA, sobre la llamada «Calle del Pecado». Alrededor de este circo se fueron estableciendo pulperías, casas de juego y posadas frecuentadas por carreteros, changarines, negros esclavos y libertos. A esta humilde franja de población se sumaban marginales de todo tipo, y durante la noche el lugar pasaba de pintoresco a muy peligroso.
Los toros eran traídos desde Chascomús, muchas veces se espantaban y provocaban corridas entre los vecinos del lugar. Estas molestias, en 1799, decidieron al virrey Avilés la demolición de esta primera plaza de toros. El 22 de octubre de 1799 empezó la demolición y terminó en julio de 1800. Sólo ocho años había durado pero en ese lapso se habían realizado 114 corridas dejando de beneficio $ 7.096 que entre otras cosas fueron utilizados para la obra del empedrado de la ciudad.
En 1801 el Cabildo resolvió hacer edificar una nueva y definitiva plaza en el Retiro y se le encargó el trazado de los planos correspondientes al arquitecto y marino español MARTIN BONEO (1745-1806).
Esta nueva plaza de toros, se construyó en los terrenos que actualmente ocupa la Plaza San Martín, en Retiro. Fue situada en una parcela que hoy corresponde al extremo sudoeste de la plaza San Martín entre las calles Santa Fe, Marcelo T de Alvear y Maipú. Tuvo un costo de 42.000 pesos y fue inaugurada el 14 de octubre de 1801 con una gran fiesta en honor del príncipe de Asturias que cumplía años ese día y durante años constituyó uno de los mayores centros de reunión de los porteños y allí concurrían asiduamente Saavedra, Moreno. Paso y otros miembros de la Primera Junta en 1810.
Era una imponente construcción octogonal con exterior de mampostería revocada en cal, al estilo morisco. El interior era de madera, lo mismo que los palcos y las gradas. Las corridas se efectuaban los domingos y días de fiesta. Tenía una capacidad para diez mil espectadores, que resultaba escasa para todos los que querían ingresar a los espectáculos que allí se ofrecían. Disponía de todas las comodidades de sus similares de España: palcos en la parte alta, guardabarreras, burladeros y hasta una capilla. Era realmente una fastuosa plaza, comparable a las mejores de España. Y, por supuesto, era cara: la entrada valía dos y hasta tres pesos, cuando la de Monserrat había permitido ver el espectáculo por quince centavos. Pero el beneficio anual también era más elevado: casi $6.000.
Los matadores eran, en Retiro, de mejor calidad que los de Monserrat. En la plaza nueva perdió la vida un torero tan famoso como “El Ñato” –que para muchos tuvo un merecido final, pues no sólo era asesino de toros sino también de hombres… Allí lidiaron otros diestros como Pedro Cuadra, Roque Chiclana (el “Gitano”), Matías Pavón, Juan de Villa, “el Indiecito” Laureano de Jara y “el Tripas”.
En 1806, durante las invasiones inglesas, esa Plaza de Toros fue escenario de duros combates y sus muros quedaron en muy mal estado. Desde entonces comenzó su decadencia que, sumada a las críticas de los opositores, auguraban su inminente desaparición. Porque no toda la sociedad estaba de acuerdo con estos espectáculos y muchos hacían oír sus protestas. Así lo atestiguan algunas publicaciones de la época donde se dice del toreo: Pasó de la metrópoli a las colonias españolas esta pasión como la creencia en brujas y duendes y el miedo de los demonios, íncubos, súcubos y fantasmas. Gran proeza engañar y matar a un toro. ¿Pues no ha de ser el hombre más que el toro?. Pero aún no le había llegado su hora. Siguieron las corridas y el 11 de marzo de 1817 hubo corridas gratis para el pueblo, en celebración del triunfo de Chacabuco y concurrieron seis mil personas.
Finalmente, en 1818 el Cabildo decidió volver a demoler la plaza como reacción antiespañola y el 10 de enero de 1819 se realizó la última corrida y el día siguiente comenzó la demolición. En 1820 ya no existía la Plaza de Toros de Buenos Aires y allí se construyeron los Cuarteles del Retiro utilizando materiales de la antigua Plaza de Toros.
Sin embargo, seguían existiendo sectores cuya afición por los toros no decaía. En Barracas, por ejemplo, funcionaba un precario corral desde 1789; allí no se cobraba entrada y el espectáculo se hacía por el solo gusto de torear. Bien entrado estaba el siglo cuando las autoridades resolvieron clausurar esa suerte de “plaza clandestina” donde el arte de la lidia se practicaba con todo desinterés, por el placer estético y espiritual de hacerlo.
En el interior sobrevivieron las corridas de toros un tiempo más a Buenos Aires. Damián Hudson relata que la noticia de la Declaración de la Independencia se festejó en San Juan con corridas de toros. Es conocida también la anécdota atribuida al general San Martín, cuando organizó una corrida de toros para que se lucieran los oficiales de sus tropas, en Mendoza. Fue entonces cuando, a un comentario de su esposa, que en algún momento expresó su asombro por los alardes de valor de los improvisados matadores, dijo San Martín: “Si…. son locos…. ¡Pero de estos locos precisa la Patria!
Desde entonces, las corridas fueron decayendo. Sin una sede para realizar el espectáculo con todo esplendor, perseguida por las autoridades, se redujo a algunas corridas clandestinas sin mayor relevancia.
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