Acompaña a Luis Tarullo.
Las causas de la contaminación ambiental son diversas y todas muy serias, pero una de las más graves y con consecuencias negativas irreversibles en muchos casos es el derrame -voluntario o involuntario- de petróleo y/o combustibles en ríos, mares y océanos.
Uno de los casos más terribles es el de Ogonilad, en Nigeria, donde durante una década y media, desde 1976, se produjeron casi tres mil derrames de petróleo y la responsabilidad recayó especialmente en una empresa multinacional líder. Los resarcimientos y remediaciones de nada han servido, pues aún en la actualidad el crudo sigue surcando las venas de esa región africana y transforma al caso en definitivamente insoluble.
Pero uno de los hechos más recientes se produjo en Lima, Perú, en enero pasado, cuando casi 12 mil barriles de petróleo fueron derramados en Ventanilla, en la costa de la ciudad capital.
El informe “La sombra del petróleo”, elaborado por el subgrupo sobre derrames petroleros de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CNDDHH) de Perú, dice que entre los años 2000 y 2019 los derrames en la Amazonía peruana fueron centenares.
El relevamiento indica que, en dos lotes de Pluspetrol, ocurrieron 233 y 189 casos, respectivamente, mientras que un oleoducto de PetroPerú se produjeron 111 hechos.
También se advirtió que la mayoría de los derrames podían evitarse si hubiera existido un mecanismo de precaución en las acciones de las propias empresas.
Además, se aclaró que dos tercios de los derrames se habrían producido por corrosión de los ductos y fallas operativas, mientras que el tercio restante fue causado por terceros.
Y se destacó que las organizaciones aborígenes de la Amazonía peruana denuncian que vienen sufriendo el impacto de la industria petrolera desde hace muchos años y cuestionan a las autoridades que se preocupen con mayor énfasis cuando los casos afectan a la capital.
Las consecuencias sociales de este drama son conocidas: abandono de las tierras y cambios en tradiciones y manera de vivir; aparición de enfermedades y muertes; exposición a agua contaminada y pérdida de cultivos alimenticios y de su principal fuente de proteínas, como el pescado.
En tanto, tres meses después del derrame, la empresa responsable, Repsol, informó que culminó acciones de primera respuesta en 28 playas afectadas por el crudo.
“Esto significa que han sido declaradas limpias y listas para el monitoreo respectivo y en espera de la conformidad por parte de la autoridad”, señaló la empresa en un comunicado.
No obstante, la declaración de limpieza, dicen expertos en Perú, le corresponde al Organismo de Evaluación y Fiscalización Ambiental (OEFA) que, hasta las últimas semanas, estaba en proceso de tomas de muestra de cada playa, con resultados próximos a conocerse, reseñó el diario El Comercio.
Pese a esta situación la ansiedad de la gente pudo más que las precauciones y se indicó que los bañistas regresaron a playas como Costa Azul y Bahía Blanca, en Ventanilla, o Pocitos de Ancón, aunque hay una condición sanitaria “mala”, de acuerdo con la última inspección realizada por la Dirección General de Salud Ambiental (Digesa) en los primeros días de abril.
Se estima que el 15 de enero se vertieron al mar al menos 11.900 barriles de petróleo (1.892.100 litros) en el terminal multiboyas N°2 de la refinería La Pampilla, de Repsol. La contaminación abarcó más de 1.400 hectáreas de mar y tierra y más de 500 hectáreas de reservas de fauna marina en áreas naturales protegidas.
El biólogo Juan Carlos Riveros, director científico de Oceana, dijo que lo urgente e importante es asegurar que, más allá de la limpieza superficial de la arena, no haya restos de crudo en la columna de agua, el fondo del mar y en la fauna marina.
Según dijo a El Comercio, en una inspección realizada el 8 de abril junto a pescadores en Chancay encontraron «residuos oleosos a apenas 30 y 40 cm de profundidad y fuerte olor a petróleo». Y el diario dijo que comprobó que hay rocas en algunas playas que «mantienen una película oleosa en sus superficies».
También se advirtió que hay zonas de difícil acceso, como Pasamayo, a unos 20 kilómetros de la zona de origen del derrame, donde no se hay ingresado. Según Riveros, puede quedar allí un «pasivo ambiental» y que nutrias y otros animales que vivían ahí no vuelvan. «Eso es el daño real”, advirtió.
Dijo además que incluso si se llegan a retirar todos los restos de hidrocarburo habría daño irreversible. “Una biodiversidad costera en la zona intermareal, con las conchitas y algas de hace 90 días, es muy poco probable que volvamos a tener porque estos son procesos que ocurren en contextos históricos”, explicó.
El equipo de expertos de Naciones Unidas que en febrero pasado llegó a Perú para evaluar el impacto del derrame dijo que «la contaminación de las zonas costeras y del lecho marino podría tener un efecto negativo de largo plazo en especies como mariscos o conchas. Considerando este y otros factores de riesgo, es necesario implementar un plan de monitoreo ambiental que permita determinar el momento en el cual sea saludable abrir las playas y consumir los productos marinos».
El Gobierno peruano avanzó en la aplicación de multas y estima que algunas refinerías podrían recibir una sanción de hasta 24 millones de dólares, pero sabido es que en estos casos de catástrofe ambiental el dinero resuelve poco o nada.
Encima, más recientemente hubo un riesgo en aguas de las islas ecuatorianas de Galápagos, donde se hundió una embarcación con 2 mil galones de diesel. Autoridades dijeron que, afortunadamente, no representó una importante afectación para el ecosistema de ese archipiélago. No obstante, se imponen los seguimientos del caso y eventuales remediaciones.
Este tipo de hechos, de los más graves en materia ambiental, deberán seguir siendo tomados en cuenta muy seriamente por los responsables mundiales, que firman continuamente acuerdos y levantan la voz -a veces de manera sobreactuada- para resolver las crisis en ese aspecto y promueven combustibles alternativos. Claro que las soluciones, que deberían haber llegado ayer, son prometidas para dentro de muchos años, incluso décadas.
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