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La Iglesia católica recogió el guante del debate por los planes y subsidios sociales y la creación de empleos genuinos y dignos en la reciente edición de la Semana Social, que volvió a realizarse de manera presencial, después de dos años de virtualidad por la pandemia, con la presencia de representantes de los diversos sectores de la comunidad argentina.
La siempre influyente Comisión de Pastoral Social del Episcopado Argentino emitió un documento en el que realizó «una fuerte convocatoria al diálogo, la integración humana y la creación de empleo digno».
Tras advertir que se está ante «el enorme desafío de aumentar la creación de trabajo con un salario digno que sostenga su poder adquisitivo», insistió con que «los planes sociales son necesarios en la coyuntura, hasta la consolidación de modelos de economía popular sustentables, pero es imprescindible un verdadero plan de Desarrollo Humano Integral que incluya un proyecto de repoblación de nuestro país para encauzar la angustiante necesidad de tierra, techo y trabajo que tiene gran parte de nuestro pueblo».
El documento final, al cabo de las jornadas realizadas en un hotel sindical en Mar del Plata -un símbolo no menor el del lugar del encuentro- dijo que la creación y acceso al trabajo digno «es la consecuencia de un modelo que debe anteponer la producción a la especulación, la distribución a la concentración y el acaparamiento, el bien común a la rentabilidad sectorial».
En esta ocasión hubo una especial alusión al sector patronal, ya que se destacó que «el empresario es una figura fundamental de toda buena economía. El verdadero empresario es el que conoce a sus trabajadores porque trabaja junto a ellos y con ellos». Sin embargo, también se resaltó que en esas jornadas se escuchó a «empresarios e industriales de todas las escalas, entre los cuales descubrimos coincidencias respecto de que no se puede generar empleo de buena calidad sin una presencia activa del Estado en apoyo a las empresas, en particular a las pymes, sobre la necesidad de construir consensos con articulación público/privado que genere estabilidad en las reglas».
En cuanto a lo político, «prestamos atención a la necesidad de reconstruir la confianza en nuestro país y con ella, el sentido de pertenencia; de generar un acuerdo político, social y empresarial, buscando una visión superadora de la violencia ligada a la lucha por espacios de poder y que nos permita centrarnos en las verdaderas necesidades y búsquedas de nuestro pueblo; la necesidad de profundizar las políticas de redistribución del ingreso para cerrar la brecha social».
La Iglesia también volvió a elevar la voz sobre quienes menos tienen, pero en un marco de circunstancias que perviven en la sociedad argentina: «Escuchamos con preocupación los datos sobre la desigualdad económica en nuestra Patria, el modo en que la concentración excesiva de la riqueza en pocas manos desalienta el empleo nacional, estimula el ahorro fuera del país, el consumo externo y la fuga de divisas. Aunque se verifique crecimiento en la actividad económica o en el empleo, sigue habiendo un número inaceptable de hermanos en situación de pobreza».
La famosa «grieta» estuvo presente en el documento de la Pastoral: «Asistimos a una instigación permanente al odio y al desencuentro, que nos impide reconocernos como hermanos y dar pasos trascendentes en términos de unidad Necesitamos políticas públicas que salgan del cortoplacismo, necesitamos más responsabilidad y espíritu crítico ante el poderío mediático que, respondiendo a intereses económicos sectoriales, reduce la política al espectáculo o a la imagen privilegiando el rating, la descalificación, negando la discusión inteligente de las ideas y el discernimiento de la realidad».
Siguiendo con un tono profundamente político, los obispos advirtieron además que «es necesario defender el sistema democrático, teniendo presente que la administración de la vida en sociedad no es sólo tarea del poder político, sino que está condicionada también por otros poderes, como el judicial o el económico y que es tarea de todos cuidar la voluntad soberana del pueblo».
«No debemos cesar en todos los esfuerzos que sean necesarios para construir los acuerdos que permitan garantizar el trabajo digno y la integración para todos los habitantes de nuestro país», sostuvieron.
El presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, monseñor Oscar Ojea, pronunció su alocución de cierre en la misma sintonía, por supuesto, y advirtió que «se puede generar trabajo, pero en muchísimos casos no se puede llegar a fin de mes».
«El hecho de estar viviendo una crisis tan grande no nos exime de abarcar con nuestra mirada las necesidades de todos los trabajadores. Si de verdad pensamos en una sociedad inclusiva es fundamental no descartar a nadie. Según el Informe de Caritas Argentina junto con el Observatorio de la Deuda Social de la UCA, solo el 42% de la población activa logra acceder a un trabajo digno, a la vez que el 58% solo accede a un empleo precario, a un trabajo de indigencia o está desocupado», aseveró.
Adentrándose más en la cuestión laboral, alertó que «ha bajado el nivel de sindicalización en Argentina, también en el mundo. El empleo asalariado con convenio colectivo, aguinaldo y vacaciones no absorbe la totalidad de la fuerza de trabajo disponible, es decir, de hombres y mujeres en edad laboral».
El prelado admitió que «todos quisiéramos que haya empleo para todos, pero eso no parece una perspectiva realista en el corto plazo», pero enseguida advirtió que «no debemos hablar tanto y solo de planes sociales que son necesarios en la coyuntura, sino de un verdadero plan de Desarrollo Humano Integral que incluya un proyecto de repoblación de nuestro país para encauzar la angustiante necesidad de tierra, techo y trabajo que tiene gran parte de nuestro pueblo. El tema del ordenamiento territorial nos parece prioritario».
Un punto que la Iglesia aborda como central, entonces, que es la redistribución de la población. Al respecto Ojea sostuvo que «en la Argentina existen 5.687 villas o barrios populares. En los últimos años han aumentado los pobres y los indigentes. Aquí se encuentra el núcleo más duro de la pobreza. La brecha entre nosotros se ha agigantado».
«En su libro Soñemos Juntos, el papa Francisco nos dice que de un laberinto se sale de dos modos: descentrándose y trascendiéndose. Es decir, intentando mirar las situaciones de carencia de los demás y no solo las necesidades propias, y al mismo tiempo, buscando una mirada que nos coloque por encima de las situaciones para poder generar diálogos fecundos entre todos los actores sociales, el Estado, los sindicatos, los empresarios y los movimientos sociales», aseveró.
Y el titular de la Pastoral Social, monseñor Jorge Lugones, también apuntó al tema de las ayudas sociales. «El papa Francisco jamás propone que las personas vivan del subsidio. No se cansa de decir que ayudar a los pobres con dinero debe ser una solución provisoria para solucionar urgencias. El bien del pueblo debería ser siempre permitirle una vida digna a través del trabajo», aseveró.
«No hay peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad. Debe haber creatividad política y empresarial para acrecentar los puestos de trabajo en lugar de reducirlos», sostuvo.
Lugones también llamó a «animarnos a dejar intereses particulares de lado y buscar senderos de construcción de consensos necesarios para el desarrollo integral y aportar así, a la globalización de la solidaridad», y apuntó a las desigualdades: «No hay modo de alcanzar la integración social sin redistribuir la riqueza».
No obstante, aceptó que «se debe contar con la ayuda necesaria hasta la consolidación de modelos de economía popular sustentables. La posibilidad del trabajo digno es la consecuencia de un modelo que debe anteponer la producción a la especulación, la distribución a la concentración y el acaparamiento, el bien común a la rentabilidad sectorial», dijo, reproduciendo uno de los párrafos del documento final.
El obispo de Lomas de Zamora se pronunció por «una Patria de hermanos que sea la antítesis del odio y las grietas. Algo que solo es pensable desde la integración y el respeto por el diferente».
En definitiva, la Iglesia católica volvió a presentarse como elemento aglutinador de los representantes de los sectores que tienen la responsabilidad de sacar adelante al país -como ella misma, por supuesto- y reiteró su mensaje con reclamaciones urgentes. Como siempre, queda por delante la expectativa acerca de si esa voz será escuchada o, como tantas otras veces, caerá en saco roto.
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