Acompaña a Luis Tarullo:Municipio Pilar
Un virtual buque fantasma, el FSO Safer, construido en 1976 en Japón, una bestia metálica de más de 400 mil toneladas anclada en las cercanías de Yemen, amenaza inmediatamente a esa zona de Medio Oriente, pero también al mundo entero.
En las entrañas de su cuerpo de más de 350 metros de largo y 70 de ancho tiene guardados casi un millón y medio de barriles de petróleo.
El problema es que está varado y deteriorándose desde hace siete años cerca de las costas de un país asediado por una infernal guerra civil desde 2014, cuando se produjo un golpe de Estado.
La zona donde está el buque, convertido en una virtual bomba de tiempo, está controlada por fuerzas rebeldes musulmanas fundamentalistas y, como en todas las conflagraciones, intervienen potencias extranjeras que apoyan a los grupos insurgentes o a las fuerzas leales al régimen depuesto. Y como ocurre habitualmente, la mayor porción de las víctimas se registra entre la población civil.
En este marco, la nave arrumbada está echándose a perder y puede registrarse un derrame de crudo que significaría una catástrofe planetaria que demandaría décadas y miles de millones de dólares para su remediación.
La solución, se ha dicho, no es tan fácil. El área cercana al vital estrecho de Mandeb, que divide Yemen del continente africano y por el cual pasan naves que diariamente transportan millones de barrilles de petróleo, está controlada por rebeldes hutíes, de la rama chiíta, extremistas musulmanes.
Por ello las tareas para la resolución del problema demandan la intervención de las Naciones Unidas. Hace poco, el representante permanente de Yemen en la ONU, Abdullah Al-Saadi, alertó sobre el desastre que podría desencadenar el derrame de petróleo del FSO Safer, al hablar ante el Consejo de Seguridad de ese organismo.
También se sospecha que los hutíes sembraron minas navales en grandes áreas del Mar Rojo, alertó el funcionario.
Los gobiernos de los Países Bajos y las Naciones Unidas organizaron en La Haya un evento para un plan operativo coordinado por la ONU para evitar el derrame.
Hace poco se estimó indicó que se necesitaban 80 millones de dólares para una operación urgente de cuatro meses de duración para transferir el petróleo a otro buque. Aún no se habría terminado con ese primer objetivo y el barco sigue allí.
El secretario general de la ONU, António Guterres, hizo un llamado para evitar la catástrofe.
Entre las principales consecuencias de un derrame grave estaría la devastación de las comunidades pesqueras de la costa yemení del Mar Rojo. Podrían eliminarse hasta 200.000 medios de subsistencia de forma inmediata.
Pero además comunidades completas quedarían expuestas a toxinas que amenazarían su existencia y la contaminación del aire afectaría a millones de personas. Se produciría el cierre de los puertos de Hodeidah y Saleef, esenciales para el traslado de comida, combustible y suministros para el país en el que 17 millones de personas necesitan alimento imperiosamente.
Podrían desaparecer temporalmente plantas desalinizadoras de la costa del Mar Rojo y se cortaría una fuente de agua para millones de personas. Y el costo de la limpieza en caso de derrame se estima en 20.000 millones de dólares. Ni hablar de la interrupción del transporte marítimo a través del estrecho de Bab al-Mandab hacia el Canal de Suez, que podría costar miles de millones de dólares adicionales diariamente.
Hay un dato escalofriante, como si los anteriores no fueran suficientes: el FSO Safer contiene cuatro veces la cantidad de petróleo derramada por el Exxon Valdez en 1989 (en esa ocasión fueron 41 millones de litros de crudo) en Prince William Sound, en Alaska, sobre 2.000 kilómetros de costa.
No es poco lo que está en juego. Y en tiempos complejos en el mundo no queda más que apelar al raciocinio de quienes tienen el poder para evitar una nueva catástrofe que ahonde las ya lacerantes heridas que sufre el planeta.
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