Acompaña a Luis Tarullo:
La contaminación ambiental no es un mal nuevo en el mundo, pero sí uno de los que está a la vanguardia desde hace varias décadas, y parecen inútiles los esfuerzos que se hacen desde numerosos sectores para al menos morigerar ese drama que amenaza con la integridad del planeta y el futuro de las nuevas generaciones.
Es en este marco que ninguna región está exceptuada, pero África lleva la peor parte. El históricamente llamado «continente negro» es uno de los menos desarrollados y uno de los problemas ambientales más graves que sufre es el provocado por la contaminación por químicos.
Hay allí actividades como la agricultura y la extracción de minerales y metales, pero la manera en que se realizan es en gran medida contaminante y dañina. Según estudios diversos, anualmente mueren unos 500.000 trabajadores africanos por contaminación química provocada por pesticidas y productos como cianuro y DDT (dicloro difenil tricloroetano, un pesticida) que están prohibidos en otros países.
La contaminación abarca al aire, el suelo, el agua superficial y la subterránea, la flora y la fauna. También ingresan al continente residuos tóxicos desde el exterior y no se les da el tratamiento adecuado. Solo se acumulan y son un alto riesgo. Se dice que las empresas tienen una doble moral, porque en suelo africano usan métodos y procesos dañinos porque son más baratos, mientras en sus países de origen o en filiales en naciones desarrolladas realizan los trabajos de manera cuidada y sustentable. También tienen que ver con esta circunstancia la laxitud de las normas, los bolsones de corrupción de los gobiernos de ciertos países africanos y la pobreza extrema -y por ende las necesidades- de las poblaciones.
Una de las peores contaminaciones, es sabido, es la del agua. África es una de las partes del mundo más afectadas, justamente, por la crisis del agua.
Con 54 países, el continente africano tiene más del doble del área de Estados Unidos y casi 360 millones de personas no tienen acceso a agua potable segura. Ese número equivale casi al resto del mundo que está en esas condiciones.
Obviamente los niños son el sector más vulnerable en este panorama y numerosos infantes mueren cada año por beber agua contaminada.
Hubo pruebas de que ríos, represas y lagos, por ejemplo, en Kenia, están contaminados y no son aptos para el consumo humano. Pero el problema también ha llegado a regiones supuestamente más desarrolladas, como Sudáfrica, donde se ha registrado cambio en el color del agua y la extinción de especies de plantas y animales.
Algunas de las causas de la contaminación del agua en África son los residuos industriales, las aguas residuales, las actividades mineras, los vertidos marinos, la fuga accidental de aceite, la quema de combustibles fósiles, los fertilizantes y pesticidas, los desechos radiactivos, las fugas de los rellenos sanitarios, los desechos animales y la lluvia ácida, amén del calentamiento global y los desproporcionados desarrollos urbanos.
Las consecuencias son escasez de agua, brote de enfermedades infecciosas, impacto en la cadena alimentaria animal y en la vida acuática, destrucción de la biodiversidad, mortalidad infantil y efectos económicos negativos.
Los consejos básicos para ir remediando esta durísima situación son educar para cambiar consumos y estilos de vida, reciclar aguas residuales, mejores políticas y regulaciones y de la infraestructura y mitigación del cambio climático.
Claro que esto no es posible sin parámetros de justicia y desarrollo que incluyan un compromiso mundial, especialmente de aquellos que tienen el poder político y económico para establecer una sociedad con equidad. Y teniendo en cuenta que si se cambia la denominación «África» por otra, el panorama podría ser similar, tan alarmante como en el continente más pobre y postergado del mundo.
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