Acompaña a Luis Tarullo:
La limosna tiene una definición elemental y loable: «Dinero o bien que se da como ayuda a un necesitado». Pero la limosna se bastardeó. Se transformó en algo que sobra, en una dádiva por lástima, hasta rayano en lo despectivo. En este sentido, el desprecio puede llegar hasta a la persona que pide la ayuda.
Claro que la limosna no siempre fue así. Es un concepto cuasi sagrado, y como tal, adoptado por las religiones. Está expuesta más intensamente en el cristianismo, aunque en todas las confesiones anida la limosna como ayuda al careciente.
Allende las creencias, las críticas y/o los elogios, vale la pena abordar el tema al menos en un vuelo rasante.
Hay entidades, organizaciones, grupos, sociedades y varios etcéteras que adoptaron la limosna como ayuda más inmediata para el prójimo necesitado.
Por ejemplo, Catholic Relief Services (CRS), que se traduce como Servicios de Auxilio Católico, es una agencia no gubernamental con sede en Estados Unidos, pero con presencia en muchos países, que postula que «nuestras limosnas tienen el poder de transformar el mundo».
CRS fue fundado en 1943 por la comunidad católica norteamericana y está asentado en Baltimore, Maryland, Estados Unidos.
En los lugares donde interviene es célebre el «Plato de Arroz de CRS». Tiene presencia en países con bolsones de población prácticamente diezmados, como Guatemala, Bangladesh y Ruanda.
A través de «Plato de Arroz de CRS» se apoyan programas contra el hambre y la pobreza. La ONG explica que «el 75% de las limosnas es destinado a apoyar el trabajo de CRS en más de 100 países y el 25% restante permanece en cada diócesis de los Estados Unidos para ayudar con los esfuerzos para combatir el hambre y la pobreza en esas comunidades».
Pero indudablemente la máxima expresión está en la Iglesia católica, que tiene su línea de ayuda directa y en el terreno necesitado con la «Limosnería Apostólica». Es la Oficina de la Santa Sede que practica la caridad con los pobres en nombre directo del Papa.
Hay que bucear su origen en los primeros siglos de existencia de la Iglesia como estructura formal y era competencia directa de los Diáconos. Luego pasó a uno o más miembros de la familia de los Pontífices sin especial dignidad jerárquica o prelaticia, la que le fue concedida después.
El primer Papa que organizó la Limosnería Apostólica fue el Beato Gregorio X (1271-1276), quien marcó sus atribuciones. Luego Alejandro V, mediante una bula en 1409, estableció regulaciones y normas de la Limosnería.
El llamado Limosnero de Su Santidad tiene categoría de arzobispo, es parte de la Casa Pontificia y participa en las celebraciones litúrgicas y en las audiencias oficiales del Papa.
Para fomentar la recaudación de fondos para obras de caridad confiadas a la Limosnería, León XIII delegó al Limosnero la facultad de conceder la Bendición Apostólica por medio de diplomas en papel pergamino. Para ser considerados auténticos deben estar firmados por el Limosnero y además llevar el sello en relieve de su Oficina.
La tarea de Limosnero Apostólico tuvo relevancia en las últimas semanas a través de quien ejerce esa misión desde hace casi una década, el cardenal polaco Konrad Krajewski, quien fue enviado por cuarta vez por el papa Francisco a Ucrania, en medio de la guerra con Rusia.
Krajewski atravesó momentos críticos que pusieron en riesgo su vida, cuando quedó en medio de un tiroteo. Se lol vio habitualmente en fotos protegido por un chaleco antibalas y un casco, casi como un «marine», y antepuesta a todos los pertrechos, una de las humildes cruces como la que habitualmente usa el papa Jorge Bergoglio.
Pese a las balas, el prelado polaco siguió llevando ayuda, como víveres y rosarios y la bendición de Francisco para soportar lo que definió como «guerra absurda». El Limosnero pontificio cumplió etapas en Odessa y Zaporizhia, por ejemplo.
El 17 de septiembre de 2013 recibió la consagración episcopal en una misa celebrada en el Altar de la Cátedra de la Basílica Vaticana, en presencia de Bergoglio. Y nueve años después, Krajewski, otros dos obispos -uno católico y uno protestante- y un militar cargaron un microbús con comida y fueron al lugar donde “fuera de los soldados no entra nadie” porque las balas caen como en ningún lado.
En Zaporizhia el grupo fue alcanzado por disparos y el cardenal y sus compañeros tuvieron que refugiarse. El dignatario clamó: «Por primera vez en mi vida no sabía a dónde huir, porque no basta con correr, hay que saber adónde”.
Sin embargo, todo salió bien y pudieron distribuir la ayuda a las personas afectadas por la guerra, incluso los rosarios bendecidos por el Papa.
Quienes los recibían inmediatamente se los colgaban en el cuello y el cardenal polaco dijo que «no hay lágrimas ni palabras. Sólo se puede rezar. Jesús, en ti confío!».
Pero como corolario de estas historias que ya son cotidianas, y más allá de las religiones y de las limosnas, no caben dudas de que el mundo está atravesando una severa etapa de descontrol y de desvarío.
Y también impera la certeza de que de forma urgente deben resolverla y sortearla los propios hombres que sumieron al planeta en esta situación. Caso contrario, ni la más generosa de las limosnas servirá de algo.
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