Acompaña a Luis Tarullo:
La Navidad fue hace muchos años una época de recogimiento y apaciguadora de los espíritus. Hace muchos años, vale enfatizarlo. En la era moderna parece haberse reducido a la mínima expresión ese espacio (y otros) para la reflexión y la incorporación del mensaje de Dios en aquellos que son creyentes.
Guerra, pobreza, hambre, ambición, destrucción del medio ambiente. Los males producidos por el ser humano, como las plagas, se han multiplicado y los pecados capitales están a la orden del día.
En ese marco, cíclicamente se repiten los mensajes y llamamientos a la paz, la concordia, el raciocinio, el entendimiento entre los hombres y las mujeres, y que ello redunde especialmente en beneficio de los más vulnerables, como son los niños y los ancianos.
Es así como en el Ángelus del tercer domingo de Adviento, el papa Francisco pidió a los pequeños que alzaran las imágenes del Niño Jesús que habían llevado desde sus comunidades parroquiales y las bendijo, para que las pongan en Nochebuena en los pesebres de sus casas en Roma.
Y rogó que la Navidad «traiga un rayo de paz» para los niños que sufren la guerra, especialmente los de «la guerra en Ucrania que destruye tantas víctimas».
«Que la Navidad traiga un rayo de paz a los niños del mundo entero», clamó en la Plaza San Pedro.
En ese contexto, Jorge Bergoglio aludió «especialmente a los condenados a vivir los días terribles y oscuros de la guerra. Esta guerra en Ucrania que destruye tantas víctimas y tantos niños».
No solo Ucrania estuvo en su plegaria. También Sudán del Sur, donde estará entre el 3 y el 5 de febrero de 2023. El Pontífice expresó su dolor por la violencia allí, que pone en fuga a miles de personas.
“Sigo con preocupación las noticias procedentes de Sudán del Sur sobre los violentos enfrentamientos de los últimos días. Rogamos al Señor por la paz y la reconciliación nacional, para que cesen los ataques y se respete siempre a la población civil”, dijo el Papa.
En otro tramo del Ángelus advirtió que “existe siempre el peligro, la tentación: de hacernos un Dios a nuestra medida, un Dios para usarlo. Y Dios es otra cosa”.
Y recordó que el Adviento (que se refiere a la venida de Jesucristo) es “un tiempo en el que, preparando el pesebre para el Niño Jesús, aprendemos de nuevo quién es nuestro Señor”.
“Un tiempo en el que salir de ciertos esquemas y prejuicios hacia Dios y los hermanos; un tiempo en el que, en vez de pensar en regalos para nosotros, podemos donar palabras y gestos de consolación a quién está herido, como hizo Jesús con los ciegos, los sordos y los cojos”, clamó.
Justamente el pesebre al que aludió el Pontífice fue creado por aquel de quien Bergoglio tomó su nombre: San Francisco de Asís, el santo de la humildad y de la pobreza.
La invención se produjo en la Navidad de 1223, en un pueblo llamado Greccio, en Italia, cercano a Roma.
Como San Francisco estaba enfermo pensó que esa sería su última Navidad y entonces quiso celebrarla de manera distinta. Tenía un amigo que era dueño de bosque en el que había una gruta que a Francisco le resultaba parecida al sitio donde nació Jesús, en Belén, y que él había conocido en un viaje a Tierra Santa.
Entonces le contó a su amigo la idea de hacer ahí un “pesebre vivo” y lo prepararon juntos y en secreto, a modo de sorpresa.
Así, eligieron personas para que representaran a María, a José, y a los pastores. Organizaron la escena del nacimiento y consiguieron un bebé para que representara a Jesús.
La noche de Navidad empezaron a sonar las campanas de la iglesia del pueblo y los habitantes de Greccio salieron a ver qué pasaba. Vieron a Francisco llamándolos desde la montaña del bosque para que subieran.
Al llegar al lugar, muchos de ellos portando antorchas, encontraron maravillados a María con Jesús en sus brazos, y a José conversando con los pastores adorando al niño recién nacido.
El sacerdote que había hecho tañer las campanas de la iglesia celebró la misa; luego Francisco contó la historia de la Navidad, y así quedó estampada para siempre la costumbre del pesebre.
Justamente el arzobispo de San Juan de Cuyo, monseñor Jorge Lozano, secretario general del Consejo Episcopal Latinoamericano, sostuvo que «el pesebre nos centra en la importancia de lo que no cuenta» y lo definió como «un llamado a transitar el camino de la humildad y la pequeñez».
“Toda la atención se centra en esa cuna aún vacía pero cargada de promesa y de presencia que se avecina”, resaltó.
Y citó la descripción a San Pablo: “Cuando vino la plenitud del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a quienes estábamos bajo el dominio de la Ley y para que recibiéramos el ser hijos adoptivos de Dios”.
“El pesebre es un signo y a la vez una provocación. Nos empuja a desinstalarnos”, dijo Lozano en su reflexión semanal.
Pero también advirtió que en el tiempo previo a la Nochebuena y la Navidad está el riesgo de quedar con una mirada aislada de la realidad. “Debemos vencer la tentación de encerrar el acontecimiento de la Navidad en una foto o en un armado escenográfico de utilería que se coloca y que, luego de usarlo, se guarda”, alertó.
“El pesebre nos centra en la importancia de lo que no cuenta. En una de las oraciones que rezamos durante el Adviento le decimos a Dios: ‘Tú, que, siendo grande, te hiciste pequeño; Tú, que, siendo fuerte, te hiciste débil; Tú, que, siendo rico, te hiciste pobre’. Es un llamado a transitar el camino de la humildad y la pequeñez”, afirmó el prelado.
En síntesis, reiterados mensajes y pedidos que van más allá de las simples palabras. La humildad, la pequeñez y el clamor de un “rayo de paz”, especialmente para los niños del mundo, quienes sin esa paz jamás serán futuro.
Crédito Portada Heraldo de Aragón.
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