Acompaña a Luis Tarullo:
Llega Navidad, llega Papá Noel, llegan los regalos…Pero nada de eso sería posible sin los sacrificados renos que tiran el trineo del bondadoso barbado que recibe millones de cartas de niños que esperan su visita cada diciembre de cada año.
Claro que esos hermosos animales que deslumbran con sus movimientos alados y sus maravillosas cornamentas no pueden escapar a las terrenales acechanzas de la naturaleza y del hombre y también están amenazados por la extinción.
El reno es un cérvido adaptado al frío que se desarrolla en ecosistemas boscosos y con vegetaciones llanas sin árboles conocidas respectivamente como taiga y tundra en el hemisferio norte.
Una de sus características es su visión ultravioleta que les permitiría distinguir el alimento y a la vez a sus depredadores de manera precisa. Pero paradójicamente la escasez de alimento y la predación son a la vez sus principales enemigos.
Difícil es calcular la cantidad de renos totales en el mundo, sobre todo por su dispersión en las diversas regiones. Pero hace pocos años Groenlandia, América del Norte, Noruega y Rusia sumaban, según algunas estadísticas, más de dos millones, lo cual es un número importante comparado con el de otras especies. Sin embargo, al comienzo del siglo actual había unos cinco millones, lo que da cuenta de su drástica reducción.
Según los análisis de los expertos, no solo las enfermedades, la caza, la depredación y la indisponibilidad de alimento jugaron en contra de los renos, sino también el cambio climático.
Tradicionalmente acostumbrados al frío, el calentamiento global ha favorecido la presencia de patógenos, de estrés y de sequías que conspiran con la supervivencia de este noble animal. Una de las enfermedades que se menciona como letales es la “pasteurella”, que también ha afectado a antílopes.
Símbolos del progreso, como la industrialización o las obras viales, al alterar el medio ambiente, también aumentaron la mortalidad de estos animales, como la de tantos otros.
Pero no todo es negativo, ya que hay pueblos originarios que se empeñan en salvar al reno, que en sitios como Canadá y otros de América del Norte se denomina “caribú”.
Valerie Courtois, de la nación innu y directora de la Iniciativa de Liderazgo Indígena de Canadá, dijo a la agencia AFP que «el caribú es lo que nos ha permitido sobrevivir y ser quienes somos».
Un ejemplo de la gravedad de la especie lo indica el dato de que en Klinse-Za, en la Columbia Británica, en 2013 había 38 ejemplares, según un estudio publicado en Ecological Applications.
Entonces las Primeras Naciones de West Moberly y Saulteau diseñaron un plan por el cual sacrificaron lobos para reducir la depredación del caribú-reno y luego construyeron espacios cercados para que las hembras dieran a luz y cuidaran a sus crías. Así, elevaron la manada a 114 animales.
Después firmaron un acuerdo con los gobiernos de Columbia Británica y Canadá para proteger 7.900 kilómetros cuadrados de tierras para el caribú-reno.
Ronnie Drever, científico ambientalista de la ONG Nature United, señaló que “la buena conservación del caribú también es una acción climática» porque los bosques y las turberas donde viven son reductores de carbono.
Los pueblos indígenas viven o usan una cuarta parte de la tierra del planeta, pero salvaguardan el 80% de la biodiversidad actual con prácticas sustentables milenarias.
Estudios diversos determinaron que el número total de aves, mamíferos, anfibios y reptiles era mayor en tierras gestionadas o cogestionadas por comunidades indígenas. Y que las áreas protegidas como parques y reservas naturales tenían los segundos niveles más altos de biodiversidad, seguidas por áreas que no estaban protegidas.
Y en ese marco perviven esas comunidades que se encargan de proteger al caribú o reno, ese mítico y amoroso cuadrúpedo que todos los niños –y los no tanto también- seguirán esperando al frente del trineo de Papá Noel cada diciembre, y hasta el fin de los tiempos, con su carga de esperanza e ilusiones.
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