Viajamos hoy hasta el siglo XIX-XX con rumbo a Oise, Francia, para descubrir a Seraphine Louis arista plástica considerada única en su género ya que no tuvo influencia de ningún pintor.
Esta artista nació en Oise en septiembre de 1864, Jamás realizó ningún tipo de estudio, era casi analfabeta. Comenzó a trabajar como pastora con su padre alrededor de los seis años, tiempo después como trabajadora doméstica en el convento de las Hermanas de la Providencia y luego como ama de llaves en casas particulares. Poseía un intenso imaginario religioso primitivo forjado entre monjas beatas.
Al terminar sus labores, por las que apenas le pagaban unos centavos para pagar el despojado cuarto donde dormía, salía al campo para abrazar y hablar a los árboles y las flores y de pronto. Por las noches sacaba fuerzas para dedicarse a su afición secreta: la pintura. Y acumuló decenas de cuadros por años Sus cuadros transmiten armonía: como una particular visión del paraíso, a través de las plantas plenas de frutos ricos y flores abundantes, suntuosas.
Plasmó un mundo interior, lejos de las penalidades y miserias que rodearon su existencia.
Utilizaba técnicas y materiales de lo más interesantes e inéditos para el momento, ya que para sus obras mezclaba la pintura que compraba con lo que ganaba, junto a otros materiales como cera de velas, tierra y parece ser que incluso a veces su propia sangre si se hacía heridas o de animales..
Por misterios extraordinarios que a veces ocurren, en el año 1912 Wilhem Uhde (un famoso crítico y marchante de arte dedicado a exponer obras de impresionistas y cubistas, descubridor de Picasso), se trasladó a Senlis a una casa para descansar. Él había amasado gran parte de su fortuna con los pintores “naífs” o ingenuos, a los que denominaba “Pintores del Sagrado Corazón”.
Un día Uhde descubrió en la casa de su vecino, un bodegón repleto de cuadros que lo impresionaron, se asombró al saber que Seraphine, el ama de llaves de cincuenta años, era la artista. Ella pintaba encerrada en su habitación, ya que afirmaba hacerlo en una especie de trance. La artista siempre decía que había empezado a pintar de forma muy tardía porque la Virgen y los ángeles se lo habían indicado.
Wilhelm le compró numerosas obras, y le dio dinero para pintarlas de gran formato. Pero al estallar la guerra en 1914, huyó de Paris y perdió contacto con Seraphine, quien siguió pintando sus lienzos sin que nadie los viera.
Entre 1927 y 1930 Wilhelm regresó y la visitó constantemente, para apreciar sus obras recientes y comprarlas. Estas fueron reconocidas entre los habitantes de Senlis y pudo ampliar su habitación, comprarse materiales artísticos, comida y ropa. En 1929 Wilhelm realizó una exposición que tuvo un gran éxito “Pintores del Sagrado Corazón”, pero con el crack del 29 la relación se rompió debido a los problemas económicos.
Ella malgastó todo su dinero, cambió cuadros a cambio de comida y parece ser que sufrió una crisis, ya que vagaba por el pueblo anunciando el fin del mundo. En el año 1932 fue ingresada en el hospital psiquiátrico de Clemmont, lugar donde no volvió a pintar.
Murió a los 78 años de edad en circunstancias terribles y desoladoras a causa de las dosis masivas de tranquilizantes, de las privaciones físicas y la falta de alimento durante la ocupación alemana de Francia en La II Guerra Mundial.
La primera exposición consagrada a Seraphine Louis tuvo lugar en 1945, en París, a instancias de Uhde, que exhibió decenas de sus obras. Para entonces, de los 200 cuadros que ella pintó, sólo quedaban 70, que hoy están repartidos entre los museos de Arte de Maillol en París, El Museo de arte de Senlis, El Museo de arte Naif en Niza y en el Centro Georges Pompidou en París.
Muchos críticos comparan su obra con la de Van Gogh, pero a pesar de la calidad de su trabajo durante tiempo su obra cayó en el olvido, hasta que en el año 1972 se realizó una gran exposición, se escribieron varias biografías, y en el año 2008 se filmó “Seraphine” una bella película sobre su vida.
Es uno de los casos más misteriosos de la Historia del Arte, ya que fue minimizada por el modelo monolítico y patriarcal de la crítica cultural.