Acompaña a Luis Tarullo
Avanzado casi un cuarto del siglo XXI, las contradicciones en el mundo siguen a la orden del día y continúan plenamente vigentes muchos problemas estructurales existentes desde hace centurias.
El progreso en todos sus aspectos, entre ellos los avances de la ciencia, no han logrado todavía hacer mella de manera contundente y definitoria en dramas como las iniquidades sociales, el hambre, la pobreza, la miseria y la mortalidad infantil, situaciones y circunstancias que, por mencionar algunas, constituyen permanentes círculos viciosos.
Así, se ha determinado que en 2021 cinco millones de niños y niñas murieron antes de cumplir cinco años y que en el mismo período fallecieron otros 2,1 millones de niños y jóvenes de entre 5 y 24 años, según datos publicados por el Grupo Interinstitucional de las Naciones Unidas para la Estimación de la Mortalidad en la Niñez (IGME).
Estas cifras abrumadoras, inquietantes, dolorosas, se completan con otro número que espanta: 1,9 millón de bebés nació muerto durante el mismo lapso, informó en su web UNICEF, el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia.
El informe lo sintetizó de una manera atronadora en su título: un niño o un joven murió cada 4,4 segundos.
En los sectores más pobres del planeta siguen registrándose los focos de retraso y las catástrofes humanitarias como esta, producto de desigualdades, falta adecuada de atención, presupuestos exiguos, mala asignación de los recursos y, por supuesto, bolsones -de diversa envergadura- de corrupción.
Todas circunstancias que juegan en desmedro de los estamentos más desguarnecidos de las sociedades, muchos de los cuales ya están resignados -incluso sus descendencias- a que no retornarán de los márgenes a los que fueron empujados.
Son aquellos a los que el papa Francisco llama los «descartados» y por los cuales clama periódicamente para que sean rescatados. Descartados que solo en mínima proporción -o en ninguna, muchas veces- son rescatados. Descartados/rescatados. Irónicamente, casi un anagrama.
“Muchas de estas trágicas muertes podrían haberse evitado si las madres, los recién nacidos, los adolescentes y los niños tuvieran un acceso equitativo a una atención sanitaria de alta calidad”, se indicó de manera contundente, lo cual reafirma el concepto de la desigualdad, la desidia y la negligencia que impera en muchos puntos del mundo.
“Cada día hay demasiados padres y madres que se enfrentan al trauma de perder a sus hijos, a veces incluso antes de que respiren por primera vez”, sostuvo Vidhya Ganesh, la Directora de la División de Datos, Análisis, Planificación y Seguimiento de UNICEF.
Añadió que “una tragedia tan generalizada y que es posible prevenir no debería aceptarse nunca como inevitable. El progreso es posible mediante una voluntad política más firme y una inversión específica en el acceso equitativo a la atención primaria de salud para todas las mujeres y todos los niños”.
Se destaca, por supuesto, que hubo resultados positivos en las últimas décadas y que desde el año 2000 “ha disminuido el riesgo de mortalidad en todas las edades a escala mundial”.
Por ejemplo, la publicación de UNICEF señala que “la tasa de mortalidad de menores de cinco años se redujo en el mundo en un 50% desde principios de siglo, mientras que las tasas de mortalidad de los niños de mayor edad y de los jóvenes disminuyeron en un 36%, y la tasa de mortinatalidad se redujo en un 35%”.
¿A qué se debe ello? Se explica que puede atribuirse a que hubo un aumento en las inversiones para fortalecer los sistemas de salud primaria, especialmente en mujeres, niños y jóvenes.
Pero también esos avances, se advierte, “se han reducido significativamente desde 2010, y 54 países no alcanzarán la meta de los Objetivos de Desarrollo Sostenible relativa a la mortalidad de menores de cinco años”.
“Si no se toman medidas rápidas para mejorar los servicios de salud, casi 59 millones de niños y jóvenes morirán antes de 2030, y casi 16 millones de bebés nacerán muertos, advierten los organismos”, es la terrible previsión.
“Es tremendamente injusto que las posibilidades de supervivencia de un niño puedan depender únicamente de su lugar de nacimiento, y que haya desigualdades tan pronunciadas en el acceso a los servicios de salud que salvan vidas”, dijo contundentemente Anshu Banerjee, Director del Departamento de Salud de la Madre, el Recién Nacido, el Niño y el Adolescente y Envejecimiento de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
Y aseveró que “los niños de todo el mundo necesitan sistemas sólidos de atención primaria de la salud que satisfagan sus necesidades y las de sus familias, para que tengan el mejor comienzo en la vida y esperanzas para el futuro, independientemente de dónde nazcan”.
En ese sentido, los niños con menos posibilidades de supervivencia son los de África Subsahariana y Asia Meridional. Allí se producen las cifras más elevadas de mortalidad. En la África Subsahariana se concentró el 29% de los nacidos vivos del mundo y se produjo el 56% de todas las muertes de menores de cinco años en 2021. En Asia Meridional se registró el 26% del total.
Hay un porcentaje aterrador: los chicos nacidos en África Subsahariana tienen 15 veces más posibilidades de morir que los nacidos en Europa y América del Norte.
Con las madres no es distinta la situación, ya que el 77% de todas las muertes por mortinatalidad registradas en 2021 se produjeron en África Subsahariana y Asia Meridional, y casi la mitad de estas muertes ocurrieron en África Subsahariana. El riesgo de que una mujer tenga un mortinato –el bebé que muere antes del parto o durante el parto- es siete veces mayor en África Subsahariana que en Europa y América del Norte.
“Detrás de estas cifras hay millones de niños y familias a los que se les niega su derecho básico a la salud”, dijo por su parte Juan Pablo Uribe, Director Mundial de Prácticas de Salud, Nutrición y Población del Banco Mundial y del Mecanismo Mundial de Financiamiento.
También sus palabras están dirigidas a la clase dirigente, a quienes tienen capacidad y poder de decisión: “Necesitamos que haya voluntad política y liderazgo para lograr una financiación sostenida de la atención primaria de salud, que es una de las mejores inversiones que pueden hacer los países y los aliados para el desarrollo”.
UNICEF resume que “el acceso a una atención de salud de calidad y su disponibilidad siguen siendo cuestiones de vida o muerte para los niños y niñas de todo el mundo. La mayoría de las muertes infantiles se producen en los primeros cinco años, y la mitad de ellas en el primer mes de vida. En el caso de los bebés más pequeños, el nacimiento prematuro y las complicaciones durante el parto son las principales causas de mortalidad”.
“Del mismo modo –afirma-, más del 40% de las muertes prenatales se producen durante el parto, aunque la mayoría podrían evitarse si las mujeres tuvieran acceso a una atención de calidad durante el embarazo y el parto. Para los niños que sobreviven más allá de sus primeros 28 días, las enfermedades infecciosas como la neumonía, la diarrea y el paludismo suponen la mayor amenaza”.
El coronavirus no fue un problema directo para los niños, pero la pandemia podría haber agravado el panorama debido a las interrupciones de las campañas de vacunación, los servicios de nutrición y el acceso a la atención primaria de salud, que podrían poner en peligro la salud y el bienestar de los niños, sobre todo los recién nacidos.
También por esa circunstancia se han producido baches en el procesamiento de datos, lo cual tiene influencia negativa para las políticas y programas sanitarios futuros.
En definitiva, otro infierno para la infancia, que junto con la ancianidad son los dos eslabones más débiles de la humanidad. Y en el caso de los niños con implicancias más graves, ya que como se ve, por “obra y gracia” de sus congéneres, millones de ellos tendrán mutilado el destino lógico que deberían tener: el futuro.
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