Si hay un elemento esencial para la vida, ese es el agua. Esencial para las personas, los animales, la vegetación…, en definitiva, la vida. Y en consecuencia, desde siempre, podría decirse, para las economías.
En ese contexto, el agua limpia y el saneamiento son un preciado tesoro al que no todos pueden acceder, aunque parezca mentira a esta altura de la humanidad y de los avances científicos y tecnológicos, y cuando en varios estamentos de la comunidad mundial “llueven”, valga la paradoja, fortunas y ganancias que podrían mejorar la calidad de vida de todos.
Ese elemento calificado, según aquellas definiciones de escuela primaria como “inodoro, incoloro e insípido”, se ha transformado entonces, con el paso del tiempo, como uno de los bienes más ambicionados.
El propio hombre que se arroga virtudes casi sagradas en cuanto al progreso, también es el responsable del sufrimiento que padecen centenares de millones de personas, por ejemplo, por la carencia de agua o la falta de acceso a un líquido en condiciones apropiadas, entre cuyas causas figura el cambio climático.
En América Latina y el Caribe hay inseguridad hídrica para unos 150 millones de personas que viven en áreas con gran escasez de agua, dice el Banco Mundial, que auspicia programas para combatir esas situaciones desfavorables.
“Si bien la región cuenta con la mayor dotación de agua en el mundo, estos recursos hídricos no están distribuidos de forma igualitaria en términos geográficos o estacionales, lo que resulta en disparidades crecientes entre la oferta y la demanda. Regiones como Alta Guajira o el norte chaqueño en Argentina sufren de escasez de agua durante buena parte del año; mientras que buena parte de la actividad económica en México tiene lugar en la zona árida del norte del país, el agua abunda en el sur”, dice el BM.
También advierte que “la gestión no sostenible de los recursos hídricos, la creciente demanda de agua y la contaminación son solo algunos de los factores que impactan la seguridad hídrica de la región, a lo que se suma la creciente incertidumbre a corto y largo plazo en torno a los patrones de precipitación”.
Ejemplifica que en México, el 77% de la población, el 84% de la actividad económica y el 82% de las tierras de regadío se ubican en las mesetas del centro y del norte, donde el agua escasea. Y el 72% de la disponibilidad de agua se da en el sur, donde la actividad económica y la población son más reducidas.
En Perú, describe el BM, el 30% de la población vive en la cuenca del Amazonas, donde las precipitaciones concentran el 97,5% del agua superficial. La cuenca del Pacífico representa el 65% de la población y apenas produce el 1,8% de los recursos hídricos del país.
“La seguridad hídrica debe ser uno de los ejes centrales de las políticas de adaptación y mitigación del cambio climático, con el fin de conservar los recursos hídricos y asegurar la resiliencia del desarrollo económico y social de la región, incluidos sectores clave como la agricultura, la industria, el transporte, el turismo y la energía. Para una administración más efectiva y para orientar las políticas de adaptación y mitigación del sector, el agua debe ser considerada como un recurso estratégico, limitado y gestionable”, describe la entidad.
Uno de los principales objetivos es “elevar el perfil político del agua, conservar las cuencas hídricas y salvaguardar y ampliar la capacidad de almacenamiento natural y artificial”.
Para ello deben ampliarse inversiones en áreas rurales y urbanas para que al agua llegue a toda la población, la que a la vez debe contar con toda la información y la educación necesarias para un uso óptimo y responsable de un recurso desigualmente asignado.
Tras advertir el aumento de la escasez del agua como consecuencia del crecimiento de la población y las industrias, el BM alerta sobre la necesidad de eficiencia y mejora en la prestación de los servicios de agua, saneamiento, irrigación y drenaje, donde los sistemas de reciclaje son importantes.
En ese marco no puede desviarse la vista del costo apropiado del servicio para sostener el servicio con criterios de equidad.
“El agua no conoce fronteras; de esta manera, para asegurar este recurso se necesita un esfuerzo multisectorial y regional, como la colaboración entre los diferentes sectores y partes interesadas de alto nivel para incorporar la temática a la agenda de desarrollo regional. Los distintos actores pueden mejorar la información regional y la gobernanza, además de promover el financiamiento innovador. Promover la participación de los ciudadanos en la gestión del agua también es esencial para elevar la concientización y abogar por prácticas de uso sostenible”, añade el organismo multilateral de crédito.
También se destaca que “el cambio climático está interrumpiendo el ciclo del agua: el aumento del calor está causando que los glaciares andinos se derritan o desaparezcan. Cuando esto ocurre, los caudales de verano hacia los ríos también disminuyen o desaparecen”.
Ese cambio climático afecta además los patrones de lluvia. El Quinto Informe de Evaluación del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) indica que “mientras la precipitación anual aumentó en América del Sur entre 1950 y 2018, disminuyó en América Central y el centro-sur de Chile durante el mismo período”.
“Menos precipitaciones y temperaturas más altas pueden hacer que el agua fluvial disponible disminuya en muchos países y en las cuencas más críticas”, algo que puede verse fácilmente en la Argentina, que está sufriendo esta situación actualmente.
El BM ratifica que el círculo vicioso de calor, sequía, evaporación de vegetación y espejos de agua aumentan el déficit hídrico en casi toda América Latina y el Caribe.
Según la entidad, en los últimos veinte años América Latina “experimentó 74 sequías, que provocaron más de US$13.000 millones en daños. Este fenómeno impacta en la producción agropecuaria y en los medios de vida de los agricultores, especialmente de aquellos que viven en condiciones de vulnerabilidad. Por ejemplo, más del 50 % del 1,9 millón de pequeños agricultores viven bajo estas condiciones en el Corredor Seco, una región ecológica en la costa del Pacífico centroamericano afectada por la sequía y la inseguridad alimentaria”.
En cuanto a la Argentina, “los golpes de sequía son numerosos”, dice.
Y en ese marco, describe que “más del 90 % de las pérdidas económicas en la producción agrícola se deben a la variabilidad climática, en particular a las sequías”.
Estos problemas, sumado a la situación social precaria propiamente dicha de vastos sectores de la población de América Latina y el Caribe, provocan que muchos pobladores de la región -incluidos mujeres y niños- entre ellos tengan que caminar varios kilómetros hasta encontrar una fuente de agua, como una laguna, para proveerse de ese elemento vital. Huelga decir las consecuencias para la salud de todos estos avatares.
El Banco Mundial destaca sus aportes financieros y proyectos para avanzar con iniciativas que garanticen la provisión de agua potable y saneamiento adecuados, habida cuenta de que, además, según sus estudios, más de 400 millones de personas no tienen servicios sanitarios seguros en América Latina y el Caribe.
Grandes contradicciones con múltiples causas: la región posee un tercio de los recursos mundiales de agua, pero el 14% de la población urbana no tiene acceso a servicios de agua potable, comparado con el 30% en áreas rurales. Y las comunidades de pueblos originarios tienen entre 10% y 25% menos de probabilidades de tener acceso a agua corriente y 69% de los pueblos indígenas y afrodescendientes no tiene acceso a saneamiento seguro.
Es obvio también que están a merced de las contaminaciones y las enfermedades aquellas poblaciones asentadas en las zonas inundables, ya que esas corrientes de agua arrastran basura, desechos industriales y todos los residuos que el hombre se encarga de producir y de disponer inadecuadamente, sin importarles el prójimo, ni el presente ni el futuro.
El BM indica además que en los últimos 20 años, América Latina y el Caribe sufrieron más de 548 eventos de inundación extrema que causaron US$26.000 millones en daños. Y que las inundaciones afectan a más de 1,8 millón de personas cada año.
La frecuencia de inundaciones y aludes aumentó unas 1,6 y 1,5 veces, respectivamente, mientras los cambios climáticos auguran un agravamiento de la tendencia.
También parece una obviedad, pero el agua y los alimentos fueron, son y serán eternamente inescindibles. En la región de América Latina y el Caribe la agricultura representa el 13,5% del empleo total y el 4,7 % del producto interno bruto (PIB).
Añade el BM que la región tiene a su cargo el 14% de la producción agropecuaria a nivel mundial y es el mayor exportador neto de alimentos del planeta.
Globalmente, 173 millones de hectáreas de América Latina y el Caribe son cultivadas y 536 millones de hectáreas en la región son usadas como pasturas. Además, alrededor del 45 % de la electricidad proviene de plantas hidroeléctricas.
Si se tiene en cuenta que América Latina es una de las regiones más verdes, con menores emisiones de gases de efecto invernadero en términos absolutos y per cápita, según el BM, hay mucho por preservar e incluso por ganar. Pero es claro que para ello hay que dejar de seguir con prácticas y políticas que generan pérdidas en todos los sentidos y situaciones irreversibles. Y tomar conciencia de que el agua es la joya contemporánea más valiosa.
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