Cuando en 1976 se construyó en Japón el buque FSO Safer, seguramente nadie imaginó que semejante monstruo metálico de más de 400 mil toneladas iba a terminar anclado cerca de Yemen, con casi un millón y medio de barriles de petróleo en su inmenso abdomen y convertido en una virtual bomba de tiempo.
Una amenaza más para el siempre convulsionado Medio Oriente, pero también para el mundo entero, debido a que, a la vez que potencial victimario, el barco petrolero de 350 metros de largo y 70 de ancho es una víctima deteriorándose a cada momento, dispuesta a convertirse en protagonista de una catástrofe ambiental posiblemente sin precedentes.
El coordinador humanitario de Naciones Unidas para Yemen, David Gressly, alertó en las últimas jornadas que este superpetrolero, detenido como una roca frente a las costas de Yemen, podría “hundirse o reventar en cualquier momento”.
Los llamamientos de auxilio a las naciones más poderosas para que inviertan dinero -no demasiado si se compara lo que se gasta en armamento, por ejemplo- para contribuir al salvamento de la nave han sido vanos hasta ahora.
“Nadie quiere que el mar Rojo se convierta en el mar Negro, pero resulta que eso es lo que va a pasar”, dijo Gressly.
Para colmo de males, según recordó, la nave está sin supervisión desde el principio de la guerra civil en Yemen, aproximadamente desde 2014, o sea casi una década.
El funcionario alertó que ya no se trata “de una cuestión de ‘quizás’”, sino de ‘cuándo’, mientras se registran denodados esfuerzos del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Se indicó que, de acuerdo con estudios de la revista científica Nature Sustainability, si hubiera un vertido total del petróleo del Safer, se extendería hasta Arabia Saudita y por las aguas de Eritrea y Yibuti. Y además obligaría al cierre inmediato del puerto yemení de Hodeida, que es imprescindible para la entrada de ayuda humanitaria esencial para seis millones de afectados por la guerra.
También impediría la llegada de combustible a ocho millones de personas que lo necesitan para poner en marcha sus generadores de energía o las bombas de agua potable en un país en absoluta crisis humanitaria, una de las mayores de la Tierra.
Parece absurdo mencionarlo, pero se necesitarían unos 30 millones de euros para completar el trasvase de los barriles del Safer al barco del PNUD.
No aparecen con claridad las explicaciones acerca de los intereses que se interponen para evitar la donación de ese dinero por parte de lo que sería un puñado de potencias.
Sobre todo si se lo contrapone con lo que se estima que costaría remediar un eventual derrame del petróleo del barco: 20 mil millones de euros.
“Es verdad que la situación a la que se enfrentan los donantes internacionales es muy compleja por varios motivos, pero el caso es que tienen dinero para hacer frente a emergencias. Si hubiera un derrame, contaríamos con decenas de millones de dólares para limpiarlo, pero nadie parece tener dinero en los presupuestos cuando de impedir catástrofes se trata”, afirmó Gressly, como sembrando en el desierto.
La cuestión del Safer remite a otras catástrofes, de las cuales quizás la que más se recuerde es la del Exxon Valdez. Aquella fue el derrame de petróleo provocado por el petrolero que encalló el 24 de marzo de 1989, con una carga de 11 millones de galones (41 millones de litros de crudo) en Prince William Sound, Alaska, derramando 37.000 toneladas de hidrocarburo.
Ese petróleo se expandió sobre más de 2.000 kilómetros de costa. La limpieza demandó aspiradores y mangueras de agua caliente a presión, entre otros elementos, y se trasladó el crudo que aún contenía el barco a otro petrolero. Pero los daños a la naturaleza fueron terribles y aún se siguen estudiando.
En el caso del Safer aún se está a tiempo. Pero el tiempo no siempre es eterno. En casos como este, se está agotando rápidamente. Y el costo para evitar una catástrofe no es demasiado alto. A diferencia del costo, no solo económico, que tendrá esa catástrofe si se produce.
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