Acompaña a Luis Tarullo:
La Argentina vive de ciclo en ciclo cada vez más breves e intensos, haciendo escuchar sus estertores y, hay que decirlo sin hipocresía, fingiendo sorpresa ante episodios que son costumbre.
Es así como ante esos hechos reacciona espasmódicamente –desde los gobernantes hasta el ciudadano más común y corriente- y pasado un tiempo todo vuelve a la “normalidad”. O sea, a la anormalidad habitual de un país que se acostumbró a lo que en otras latitudes serían excepciones.
El asesinato del colectivero Daniel Barrientos, como ocurrió con otros crímenes recientes –por ejemplo el de Fernando Báez Sosa- volvió a sacudir los cimientos de esa rutina imperfecta y todo el mundo se rasga las vestiduras, y quienes están en el poder –gobernantes o no- se arrojan los mandobles tradicionales, especialmente en estas épocas electorales.
En esta ocasión, como en otras similares, también hizo escuchar su voz la Iglesia católica a través de varios de sus representantes de diversas jerarquías.
Algunas de esas voces resonaron más fuerte a partir de una expresión que mucha gente tiene en su mente, en su boca, en sus retinas, pero no puede amplificar o no posee la vía para hacerlo: la guerra de pobres contra pobres.
Así lo advirtieron los obispos de San Justo y de Gregorio de Laferrere, del partido de La Matanza, los monseñores Eduardo García y Jorge Torres Carbonell, donde ocurrió el homicidio del chofer.
En un mensaje conjunto, los prelados apelaron a términos populares, como “apriete” y “choreo” pero, más aún, hablaron de territorio “liberado o negociado”. Definición directa de crimen, delito, complicidad, impunidad. Y, además, alertaron sobre la necesidad de una política de seguridad real antes de que avance la justicia por mano propia.
“Un inocente asesinado fruto de la falta seguridad instalada en nuestros barrios y de los pequeños intereses creados. Si bien nos consterna, no nos asombra porque es uno más en la lista de los últimos años en los cuales ningún barrio ni zona ha quedado exento del robo, la entradera, el apriete, el choreo de celulares a plena luz del día; muchos de ellos seguidos de muerte”, empezaron los obispos, como calentando motores.
Y advirtieron que “la sensación de los vecinos es que vivimos en territorio liberado o negociado. Liberado porque se hace la vista gorda a menos que el hecho se venga encima y no haya más remedio que actuar; negociado porque atrás de esta inseguridad sabemos que operan las grandes mafias de los narcos que han invadido con su negocio nuestros barrios y tienen como soldaditos a nuestros pibes o como consumidores que salen a robar lo que sea para poder ir a comprar la “merca” que necesitan para seguir viviendo”.
Enseguida alertaron que “una de las cosas más lamentables es que no se trata de grandes atracos, desfalcos o robos programados a los ricos -lo cual tampoco está bien- sino que se está generando una guerra de pobres contra pobres”.
Y describieron una retahíla de realidades: “Los que van a trabajar a las 5 de la mañana son pobres. Los choferes de colectivos son pobres. Las amas de casa son pobres. Los docentes son pobres. Nadie queda afuera de la inseguridad y del temor por sus vidas”.
Los curas repudiaron las agresiones al ministro de Seguridad bonaerense, Sergio Berni, cuando el funcionario se acercó a una concentración de colectiveros que protestaban por la muerte de su colega pero dijeron que “también sabemos que es difícil pedir un diálogo sereno con la sangre de un compañero trabajador en las manos, sabiendo que mañana puede ser la propia o la de un ser querido”.
Y aconsejaron que “es más honesto hacer silencio que realizar promesas que no se van a cumplir y que llevan a la frustración”.
“Reclamamos respuestas visibles que cuiden la vida de nuestro pueblo, de otro modo estamos corriendo el riesgo de ser una sociedad que empiece a hacer justicia por su propia mano y eso es algo que no queremos, porque la injusticia y la violencia que generarían serían aún más grandes”.
Pero no solo García y Torres Carbonell elevaron sus voces. Desde Córdoba, el arzobispo Ángel García advirtió que esa provincia no es Rosario pero podría serlo en poco tiempo.
Sus palabras fueron consecuencia de un ataque a balazos a un predio donde funciona un centro de rehabilitación de adictos que dirige un cura que también advirtió sobre la influencia narco, especialmente sobre los jóvenes.
“Es muy doloroso y lo que ha sucedido es símbolo casi en caricatura de lo que estamos viviendo, que no es sólo ahí y está generalizada en los barrios. Esa parte triste del manejo de la droga, de la violencia, no es nuestro pueblo, son algunos cebados seguramente por intereses de plata y que son los que nos hacen tanto daño”, dijo Rossi en declaraciones periodísticas.
Destacó que uno de los errores es considerar que “todo barrio sencillo tiene -voy a decir una palabra fea- ‘malandras’ y no es así, de ninguna manera, es gente laburadora. Son víctimas de estos grupitos menores”.
También lamentó que “se ha instalado el miedo” porque “el miedo bloquea, hace que uno no hable, cierra puertas, nos hace tapar los oídos y los ojos por temor a que después vengan las represalias”.
Y trascartón lanzó la frase demoledora: “Solemos decir que esto no es Rosario todavía. Estamos en un momento donde casi depende de nosotros que esto no sea Rosario, pero si nos descuidamos va a serlo en tres meses o ya lo es, y será más descarado a la vista”.
No cabe duda, y debe decirse, que la Iglesia católica, como todas las otras confesiones, en tanto instituciones, tienen su cuota de responsabilidad en la realidad nacional. Pero su mensaje también es aleccionador y en este caso está describiendo un panorama que no es ajeno a nadie pero que parece que algunos se niegan a asumir o para el cual proponen –más allá de signos partidarios- soluciones que son parches.
Es indudable a estas alturas que las respuestas no pasan por más o menos policías, o más o menos cámaras. Las debilitadas estructuras de la sociedad requieren ante todo de la reconstrucción de cimientos sólidos en un clima de consensos y donde no haya guerra entre ningún estamento, aunque en esta instancia suene a utopía.
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