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Durante 51 años -entre 1970 y 2021- la cantidad de personas que habitaban en las ciudades se elevó de 1.190 millones a 4.460 millones, una cifra verdaderamente abrumadora.
Pero ello no fue gratis: ese tremendo incremento trajo consigo una serie de consecuencias, muchas de ellas por cierto nada positivas, sobre todo en materia ambiental.
Y ocurre lo que ocurre, por ejemplo, cuando muchas personas se amuchan en un lugar cerrado: aumenta la temperatura.
Así, la temperatura de la superficie de la Tierra subió 1,19 °C por encima de los niveles preindustriales, convirtiendo a las urbes y su superpoblación en la principal causa del cambio climático.
Pero un informe del Banco Mundial dice que al mismo tiempo las ciudades “son una de las claves para solucionar la crisis climática”, habida cuenta además de que para 2050 se estima que refugiarán a casi el 70 % de la población mundial. A números de hoy, habría en las ciudades, dentro de 27 años, unos 5.600 millones de personas.
El trabajo indica, según informa el BM, que “las ciudades de los países de ingreso alto y mediano alto han contribuido en gran medida al cambio climático” y que “globalmente, alrededor del 70 % de las emisiones antropogénicas de gases de efecto invernadero, la mayor parte de las cuales son emisiones de dióxido de carbono (CO) fósil, proviene de las ciudades”
En contraposición, sobre cifras de 2015, las ciudades de los países con ingresos más bajos –o sea los más pobres y postergados- significaron “solo alrededor del 14 % de todas las emisiones de CO2 urbanas a nivel mundial”.
En esas ciudades, paradójicamente, reside ese aspecto supuestamente positivo, aunque suene a ironía, debido a que allí se multiplican las carencias hasta casi el infinito.
Pero justamente por su estado de pobreza y subdesarrollo, las ciudades de los países de ingreso bajo y mediano bajo “enfrentan los mayores peligros relacionados con el cambio climático que se anticipan”.
“La exposición a peligros clave proyectada para 2030-40 en estas ciudades, como inundaciones, estrés térmico, ciclones tropicales, aumento del nivel del mar, estrés hídrico e incendios forestales, es considerablemente mayor que la proyectada para el mismo período en las ciudades de los países con ingresos más altos”, dice el BM.
Esas urbes son “menos resilientes a las perturbaciones y tensiones cada vez más frecuentes relacionadas con el cambio climático, ya que experimentan impactos económicos más graves de los fenómenos meteorológicos extremos”. Una obviedad, pero así es y debe remarcarse.
El BM da ejemplos, que es la mejor manera de entender el problema. Dice que “cuando se producen fenómenos meteorológicos extremos, las personas que viven en el campo a menudo buscan refugio en las ciudades. Las sequías prolongadas en las zonas rurales dan lugar a una expansión más rápida de las zonas urbanas. Los nuevos asentamientos suelen ser informales y establecerse en las afueras de las ciudades, y en llanuras aluviales urbanas con acceso limitado a los servicios”.
Esas ciudades más postergadas son menos verdes en cuanto a la contaminación atmosférica. La potencialidad de desarrollo de planificación e infraestructura con soluciones ambientales es clave.
Y en las ciudades en las que aumenta la población sin esa posibilidad de resolver el crecimiento desproporcionado sufren más que las que sí pueden desarrollar las soluciones o prevenir los problemas ambientales.
En el aire –literalmente- reside uno de los problemas. Mejorar la calidad del aire urbano, por ejemplo, es clave. Las actividades industriales y la masiva circulación de vehículos son dos puntos centrales.
Otros aspectos a tener en cuenta son “los menores niveles de acceso a servicios básicos, como salud y educación; abastecimiento de agua y electricidad; gestión de desechos sólidos; servicios digitales y financieros, y servicios de rescate de emergencia”, dice el trabajo.
Y en ese punto juega la infraestructura. El tema de la vivienda es también uno de los ejes. Se indica que “las ciudades que se desarrollan verticalmente consumen menos tierra, albergan a más personas y son más prósperas. En las ciudades de todo el mundo, la duplicación de la altura total de una ciudad genera un aumento a largo plazo de su población de aproximadamente un 16 % y una reducción de su superficie del 19 % con respecto a otras ciudades. Estos resultados van acompañados de un aumento del 4 % en la intensidad de las luces nocturnas de la ciudad, lo que sugiere un aumento de la prosperidad”.
Pero ¿qué se entiende por ciudad próspera? Es una ciudad “verde, resiliente e inclusiva frente a un clima cambiante”, se destaca.
Yendo directamente a las políticas para abordar el problema, el BM destaca cinco puntos: información, incentivos, seguros, integración e inversiones.
Esos ítems “suelen ser complementarios, conduciendo a mayores impactos cuando se implementan en conjunto”.
También se indica que “las ciudades, en colaboración con los Gobiernos nacionales, el sector privado y la sociedad civil, tienen a su disposición una herramienta importante para influir en las políticas”. Nada nuevo bajo el sol, pero parece que aún persiste aquel viejo refrán que dice “nadie le puede poner el cascabel al gato”.
Las ciudades y su superpoblación, consecuencia de políticas “macro” y “micro” evidentemente ineficaces, y en los peores de los casos inexistentes- son una luz de alerta que en pocas décadas puede llegar a un punto culminante.
El punto reside en que quienes tienen la responsabilidad de conducir deben entender que el problema y la solución están conviviendo, en ciudades amenazantes y bajo amenaza. La cuestión es tener la suficiente voluntad e inteligencia para encontrar la línea divisoria y poner manos a la obra.
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