Acompaña a Luis Tarullo:
Uno de los mayores padecimientos del ser humano es el desarraigo. Ese desarraigo va desde la ida del hogar, en cualquiera de sus formas, hasta el cambio de ciudad o país. Si tal cambio es doloroso para los adultos, mucho más lo es para los niños.
Los desplazamientos de niños de manera forzada se duplicaron en la última década, según los estudios del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef).
A fines de 2022, se registraba la cifra inédita de 43,3 millones de niños y niñas (casi toda la población de la Argentina) viviendo en situación de desplazamiento forzado, muchos de ellos durante toda su infancia.
La duplicación de ese guarismo se dio pese a los esfuerzos proteger a quienes están en condición de refugiados o internamente desplazados.
Por ejemplo, la guerra en Ucrania obligó a más de 2 millones de niños y niñas de esa nación a huir del país y desplazó a más de 1 millón dentro de esa misma nación. Un trauma con secuelas inmediatas y futuras impredecibles.
Catherine Russell, directora ejecutiva de Unicef, dijo que «durante más de una década, el número de niños y niñas que se ven obligados a huir de sus hogares ha aumentado a un ritmo alarmante, y nuestra capacidad mundial de respuesta sigue sometida a una gran presión”.
También enfatizó que «el aumento es un reflejo de los conflictos, crisis y desastres climáticos que se producen de manera constante en todo el mundo. Pero también pone de manifiesto la insuficiente respuesta de muchos gobiernos para garantizar que todos los niños y niñas refugiados y desplazados internos puedan seguir aprendiendo, mantenerse sanos y desarrollar todo su potencial”.
De esos 43,3 millones de niños y niñas registrados a finales del año pasado, 25,8 millones (casi 60 por ciento) habían quedado desplazados internamente por conflictos y violencia.
La cantidad de refugiados y solicitantes de asilo alcanzó 17,5 millones, cantidad que tampoco tiene precedentes. Debe tenerse en cuenta que, además, no están incluidos los desplazados en 2023 por el conflicto en Sudán, entre otros.
Por ello Unicef estima que ya casi un millón de chicos (940.000 niños y niñas, para ser más precisos) tuvieron que desplazarse por motivo de algún conflicto.
También influyen en esta situación aquellos fenómenos meteorológicos extremos. Son ejemplo de ello las inundaciones en Pakistán y la sequía en el Cuerno de África (la zona de ese continente compuesta por Somalia, Eritrea, Etiopía y Yibuti). Esas inundaciones y sequías provocaron otros 12 millones de desplazamientos de niños y niñas a lo largo de 2022.
Obviamente, los chicos son los más vulnerables y no tienen acceso a la educación y a la atención de la salud. En este caso no reciben la vacunación adecuada y sistemática y ni hablar de protección social. Las crisis en amplias zonas del planeta también hacen a estos desplazamientos cada vez más prolongados.
Según la Unicef, «la mayoría de los que están desplazados hoy en día suelen pasar en esa situación toda su infancia. Además, se prevé que los desplazamientos inducidos por el clima aumenten rápidamente si no se toman medidas urgentes para mitigar el calentamiento global y preparar a las comunidades que viven más expuestas a la crisis climática».
Russell dijo que “se necesita una mayor voluntad política para abordar las causas de los desplazamientos y ofrecer soluciones a largo plazo para los niños y niñas que se desplazan. El número sin precedentes de niños y niñas refugiados, migrantes y desplazados –una población mundial que es casi la misma de Argelia, Argentina o incluso España– exige una respuesta acorde. Hemos comprobado que se produce un cambio sostenido cuando los gobiernos invierten adecuadamente en la inclusión de los niños y las familias desplazadas. Si trabajamos juntos podemos lograr que sigan aprendiendo y mantenerlos seguros, sanos y protegidos”.
Entre las medidas que pide Unicef para combatir este problema figuran el «reconocer a los niños y niñas refugiados, migrantes y desplazados como niños y niñas ante todo, con derechos a la protección, la inclusión y la participación; proporcionar vías seguras y legales para que los niños y niñas se desplacen, soliciten asilo y se reúnan con sus familias, y garantizar que no se detiene a ningún menor de edad debido a su situación migratoria ni se le devuelve sin garantías, a menos que se haya determinado que la devolución responde a su interés superior».
También «reforzar los sistemas nacionales de educación, sanidad, protección de la infancia y protección social para incluir sin discriminación a los niños y niñas desplazados; invertir en sistemas nacionales de protección de la infancia para atender mejor a los niños y niñas que se desplazan y corren el riesgo de sufrir actos de explotación y de violencia, en particular los que no están acompañados, y escuchar a los niños y niñas desplazados e implicarlos de forma significativa en la búsqueda de soluciones sostenibles e integradoras que puedan ayudarles a desarrollar todo su potencial».
Lamentablemente el sector de la infancia sigue siendo el eslabón más débil y en muchas latitudes el más desprotegido de la humanidad, y los demás estamentos sociales no hacen los esfuerzos necesarios para dotarlo de la suficiente protección. Y es harto sabido que no proteger a los niños es no proteger el futuro de esa misma humanidad.
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