Brutal. Terrible. Inconcebible. Inaceptable. Estos y muchos adjetivos más pueden aplicarse a un verdadero flagelo que azota al mundo, cual es la violencia contra la mujer.
En la Argentina, en su versión más extrema y atroz, hay casi un femicidio por día y también miles de casos de violencia de género. Pero muchos otros países no le van a la zaga con este drama que, pese a disposiciones, sanciones y esfuerzos de toda índole, no cede.
En 1993 se produjo la Declaración sobre la eliminación de la violencia contra la mujer, la cual reconoció que se violaban los derechos y libertades fundamentales de las mujeres y se exhortó a los Estados a trabajar para erradicarla.
Treinta años después las estadísticas continúan siendo escalofriantes y la violencia contra la mujer se registra prácticamente en cualquier lado. En la casa, en la calle, en la escuela, en el trabajo, en el transporte público.
Se estima que algo más de 730 millones de mujeres en todo el mundo sufrieron violencia de pareja o violencia sexual de parte de una persona que no era su pareja en su vida.
Pero el número adquiere mayor dramatismo cuando entre las víctimas de violencia de género se inscriben unos 12 millones de niñas que se casan por año antes de cumplir los 18 años y, además, al menos 200 millones de niñas sufrieron mutilación genital femenina, de acuerdo con un informe del Banco Mundial.
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Obviamente que estas situaciones producen un efecto cascada cargado de negatividad, que afecta a las mujeres sobrevivientes, sus hijos y otros familiares.
Por supuesto que las mujeres afectadas por esta violencia viven sometidas psicológicamente y tienen serias limitaciones para el desarrollo de su vida diaria, tanto en los desplazamientos, como en las relaciones humanas, en el estudio y en el trabajo.
Justamente el estudio del BM señala, por ejemplo, que la menor productividad laboral redunda en casi 10 días de trabajo perdidos anualmente, en promedio.
La entidad destaca que entre sus objetivos está también la prevención de la violencia de género y “se extiende a todas las regiones y todos los sectores. Estas operaciones suelen ser multisectoriales y se basan en sólidas asociaciones con organizaciones gubernamentales y no gubernamentales de carácter local, regional e internacional”.
Hay muchos casos, pero vale citar el ejemplo de Bangladesh, donde, informa el BM, “un proyecto de salud financiado por el Banco, que se centra en la población rohinyá desplazada y las comunidades receptoras, garantiza que las mujeres y las niñas tengan acceso a servicios de atención inmediata a través de espacios seguros”.
El mismo programa, resalta, “también busca modificar las actitudes y comportamientos comunitarios que aceptan la violencia de género” y procura “transformar las normas desiguales de género relacionadas con la violencia contra las mujeres y las niñas”.
“Las operaciones de inclusión social y sostenibilidad que garantizan la inclusión y el empoderamiento de todas las personas están impulsando la acción colectiva para ampliar la transformación social y prevenir la violencia de género a nivel comunitario”, destaca el BM.
En cuanto al futuro inmediato, indica que “en la Estrategia de Género del Grupo Banco Mundial para 2024-2030 se proponen innovaciones, financiamiento y acción colectiva para poner fin a la violencia de género”.
Y en ese marco hay interacción con organizaciones civiles, mujeres y hombres en las comunidades, Gobiernos, organismos públicos y privados y sectores académicos para determinar “de qué manera se puede colaborar a gran escala para abordar las diferentes formas de violencia de género, así como los otros objetivos estratégicos de la Estrategia: ampliar y facilitar las oportunidades económicas para todos y hacer participar a las mujeres en su rol de líderes”.
Pero más allá de todas las tareas y la colaboración que los diversos sectores realizan en pos de enfrentar este flagelo, evidentemente la acción principal es la educativa y cultural, para que el hombre -el varón- deje de ser lo que indudablemente es en este drama de alcance mundial: un victimario.
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